Culturas

Cadena trófica

¿SOY YO O ES LA GENTE?// CAMILO JOSÉ CELA CONDE
Adoro bucear. Metes la cabeza bajo las aguas y, de golpe, aparece un mundo aparte del ya conocido, un paisaje inquietante en el que, por una vez, el ser humano no cuadra. Los pocos que aparecen por allí metidos en trajes de neopreno de color oscuro semejan más un pulpo que un canalla.

Océano de krill
Dicen que esa vida marina tan inquietante, con sus criaturas magníficas, sus colores inútiles allí donde la luz no llega y su silencio, depende de unas gambas minúsculas que componen, en los mares helados de la Antártida, el krill e inician desde lo más bajo la cadena trófica. Ya se sabe: el pez grande se come al chico y así, a lo largo de diversos saltos en los que los predadores que pasan a ser presas, se llega hasta arriba de todo. También es en la Antártida donde aparecen los killers por excelencia, mamíferos, como no, a los que llamamos orcas.

El cazador, cazado
Los auténticos descubridores del continente helado, los cazadores de focas, fueron también quienes se dieron cuenta antes de que podían ser víctimas a su vez de las orcas. Los relatos de los aventureros que se dirigían el polo Sur lo corroboran: esos delfines gigantescos —o esas ballenas pequeñas, como se prefiera— se sumergen, toman empuje y golpean con la cabeza, por debajo, los témpanos de hielo en que descansa una foca por ver de que trastabille para hacerla caer al agua. Solo que, en ocasiones, no se trata de focas sino de seres humanos. ¿Será mejor nuestra carne, más tierna o más sabrosa, para el paladar de las focas?

Testigo presencial
Cuando se publique esta cuartilla en las páginas de cultura del diario —qué  cosa, llamarle cultura a ésto— andaré por la isla Livingstone, en el archipiélago de las Shetland del sur, como huésped de la base antártica que tiene allí el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Se celebra el Año Polar Internacional y hago cuentas de festejarlo a mi modo, con un libro sobre aquellos fríos y soledades. Tal vez vea orcas y, quién sabe, quizá me vean ellas a mí. Mis carnes son ya viejas para saberle bien a nadie pero, llegado el caso, habría de desanimar a las ballenas hambrientas. Las orcas no son ni por asomo los mamíferos más acechantes, traidores, perversos y asesinos que existen. Tendrían que aprender mucho de nosotros para poder arrebatarnos ese lugar de privilegio en la cadena no ya trófica sino, Borges dixit, de las infamias.

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