Punto de Fisión

Arturo a escena

Para promocionar su enésimo cagarro sobre las tablas, Arturo Fernández ha vuelto a abrir la boca por cuenta propia, con el riesgo que eso conlleva para sus meninges y las nuestras. Tampoco hacía falta que se esforzara tanto cuando sabe que tiene el éxito asegurado en un país donde el arte teatral se pudrió vivo en tiempos de Benavente, si es que no se pudrió poco después del entierro de Calderón de la Barca. Aquí, salvo alguna gente rara que ha oído hablar de Arrabal y de Harold Pinter, el respetable hace cola para reírse con otra mamarrachada de Loles León o con un duelo interpretativo entre Bertín Osborne y Arévalo, que tienen de actores más o menos lo mismo que Arturo Fernández. Es el mismo respetable que puede sintonizar cuatro horas seguidas una tertulia de Telecinco, demostrando una vez más, como si hiciera falta, que el público en España es soberano y muchas veces borbón.

Arturo Fernández es un vetusto maniquí de sastrería que, por desgracia, resume por sí solo la catástrofe de la situación teatral en España. Un país que dio a Lope de Vega llena tarde a tarde sus salas con espantajos decimonónicos de gente guapa. Un país donde Buero Vallejo heló la sangre de la audiencia con los diálogos escalofriantes de El concierto de San Ovidio y La doble historia del doctor Valmy aplaude bodrios trasnochados con chistes sobre cuernos y vejetes trastornados por la viagra persiguiendo a mozas prietas en lencería francesa. El mismo país que le negó un Nobel a Galdós es el que le regaló otro a Echegaray, un pobre hombre del que lo único que se recuerda es aquel pollo mitológico que montó Valle-Inclán silbando una obra suya desde la platea. Luego, cuando alguien le recriminó en el intermedio cómo se atrevía, Valle preguntó: "¿Y usted quién es?" "¿Yo? El hijo de Echegaray". De inmediato el genio gallego soltó una réplica digna de Max Estrella: "¿Está usted seguro?"

Haciendo gala de la sensibilidad social y la compasión por la desgracia ajena que son marca de la casa, Arturo Fernández ha dicho: "Sería incapaz de actuar de mendigo porque eso se te puede pegar". Una frase que quintaesencia su modesto currículum y que contiene, además, una mentira y una media verdad en una sola línea de diálogo. La mentira es que no hay peligro de que se le pegue nada porque la condición de mendigo, para la que Shakespeare escribió escenas memorables, a menudo contiene una dignidad de la que Arturo Fernández carece por completo. La media verdad es que, en efecto, sería incapaz de actuar de mendigo y de cualquier otra cosa. Arturo Fernández lleva toda la vida haciendo el papel de Arturo Fernández con los mismos diálogos, los mismos personajes y los mismos recursos escénicos. Ochenta y cuatro años paseando la caspa, estirándose las mangas, agitando mucho los brazos y diciendo "chatín" o "chatina". Chatín o chatina, that is the question.

 

 

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