Punto de Fisión

Kim Jong-un, líder fofisano

Así, a lo tonto, me he puesto de moda. Tarde o temprano tenía que ocurrir que la tendencia no fuese el músculo sino la grasa, no los cuerpos Danone sino los cuerpos La Piara. Lo mejor de todo es que, para conseguirlo tampoco hay que hacer mucho esfuerzo: no seguir dieta, no ir al gimnasio, no tener prisa, no preocuparse demasiado. Los metrosexuales, los espárragos, los lánguidos, los talibanes con gafas, los futbolistas y los cachas de toda la vida tiemblan alarmados ante el auge del michelín y la barriga cervecera, una nueva especie masculina que amenaza con reinar en el mundo durante los próximos decenios merced sólo a nuestro indudable peso físico y estadístico. Somos muchos, somos más, pesamos más, la ley de la gravedad está de nuestra parte. Se acabó el imperio de los abdominales y las estatuas griegas. Al fin y al cabo, el planeta Tierra ni está flaco ni tiene músculos ni gasta barba.

Por supuesto, esta revalorización universal de la tripa debería venir acompañada de una liberación de la grasa femenina, la quema de pasarelas y el encierro de top models en campos de concentración para ser reeducadas en la virtudes del cocido en lugar de seguir regodeándose en las torturas de la anorexia. Esta gozosa expansión de la circunferencia humana ya se anunciaba en las películas de Fellini y en el triunfo de señoras nada esquemáticas como Monica Bellucci o London Andrews, pero hacía falta algo mucho más rotundo, un líder mundial que pusiera las lorzas en su sitio, un Rubens oriental que viniera a limpiar la política de los tristes y quijotescos espectros de austeros dirigentes como Obama y Mariano. Kim Jong-un profetizó la llegada de los fofisanos mucho antes de que a alguien se le ocurriera parir semejante palabro.

El término, reconozcámoslo, no es afortunado. No lo es porque el diccionario y el léxico popular atesoran multitud de opciones que van desde "gordaco" a "fondón" y desde "rolliza" a "jamona". Tampoco lo es su presentación en sociedad del brazo de Leonardo DiCaprio, a quien puede que últimamente se le haya ido la mano con las croquetas pero que siempre ha sido una alcayata y, en esto del fofisanismo, un vulgar aficionado. En cambio, el bueno de Kim Jong-un simboliza el esplendor del sol naciente sólo con estar de pie, sonriente y crudo, con sus tres redondeles coronados por un kilo de laca.

Las agencias de noticias occidentales, alarmadas ante el imparable éxito del Amado Líder, no dejan de publicar maldades sobre un tipo que en realidad gobierna a su pueblo a su imagen y semejanza, pleno de felicidad, lípidos y comilonas. No hay más que verlo en esas fotos arropado por un orfeón de generales más anchos que altos. La inquina llega hasta el punto de inventarle asesinatos de familiares y colaboradores, a cuál más estrambótico, como el de Hyong Yong-chol, ministro de Defensa y número dos de las Fuerzas Armadas. Quien, según un servicio de inteligencia de Corea del Sur, se quedó dormido en un desfile y pagó su falta de entusiasmo militar ante un pelotón de fusilamiento que lo ajustició con un cañón antiaéreo. Por supuesto, la noticia peca de exagerada por todos lados, especialmente en lo que se refiere a lo de matar ministros a cañonazos, porque si se cumple en Corea del Norte la justiciera costumbre china de que el condenado a muerte pague la bala, a la familia le iba a salir el entierro por un pico. Suena bastante raro y no sería la primera vez que que el servicio de inteligencia surcoreano marrara en sus intentos por ensuciar un proyecto político que ha llevado hasta sus últimas consecuencias el clásico principio de mens sana in corpore fofisano.

 

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