De cara

Lorenzo vuela sin tenerse en pie

Jorge Lorenzo es un animal. Un piloto empeñado en pasar a la historia del motociclismo aun a costa de llevarle permanentemente la contraria a la medicina y a todas las ciencias. Un piloto decidido a convertirse en el más grande. Y que se ha convencido de que para lograrlo tiene que regalar episodios como el de ayer, más que arriesgados temerarios. Pero definitivamente sublimes. Sus tobillos piden socorro, pero su temperamento no les concede un respiro. Lorenzo no se apiada de sí mismo. Le dan igual las fracturas en sus huesos que se complican a medida que la competición le roba tiempo al obligado descanso. No hace caso de las caídas que durante los entrenamientos previos a la carrera le recomiendan con insistencia que se baje de una vez de la moto. No le doblega el calvario de la salida, las dificultades iniciales que le condenan a vivir la prueba con la obligación de la remontada. No se deja intimidar por la lluvia que demanda prudencia. No le importa nada. Sólo su reputación y su orgullo, su afán por ser el número uno. Así que se acostumbra al dolor, entra en calor y se pone a devorar rivales. Acelera al límite, aguanta al extremo el momento de tocar el freno, se los pone de corbata al que se atreve a desafiarle, se cuela por un rendija y se va. Así una y otra vez. Con los tobillos deshechos y el quirófano en alerta, con el corazón de los espectadores acelerado por la emoción. Pudo con todos Lorenzo. Principalmente con su lesión, pero también con Pedrosa, quien en pleno pulso de egos observó cómo su incondicional enemigo le adelantaba con toda autoridad pese a su momentánea invalidez. A su manera, al final de una curva en la que parecía que el mallorquín no iba a reducir nunca la velocidad. Lorenzo sólo tuvo que rendirse ante Rossi, que ha vuelto, que ya tiene tantas victorias como Ángel Nieto, que ya domina un Mundial apasionante. ‘Il Dottore’ aún es el jefe. Pero su heredero ya ha nacido. Está muy cerca y hoy lleva muletas.

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