Del consejo editorial

Límites

 CERME MIRALLES-GUASCH

El siglo XXI, entre otras muchas cosas, está fortaleciendo un concepto que, a lo largo de casi todo el siglo anterior, se ha ocultado bajo las diversas capas de la modernidad. El límite es un concepto transversal global y, aunque concebido durante el siglo pasado, es más actual que nunca. Ya no podemos evolucionar sustentando nuestro pensamiento en la idea de incrementar el consumo, la producción y la contaminación de forma ilimitada. El progreso, como crecimiento continuado, se tiene que apoyar en el ser más que en el tener, y no como opción individual más o menos voluntariosa, porque existen límites concretos y palpables en el crecimiento material. Unos límites que podemos percibir un poco difusos. Y, aunque la percepción es subjetiva, estos son objetivos y se agrandan en la medida que nos acercamos a ellos.
Algunos los empezamos a tener claros e incluso los hemos contabilizado e introducido en las agendas políticas. Por ejemplo, las emisiones de gases de efecto invernadero de las que, con el Protocolo de Kioto, existen cuotas máximas de emisiones por Estados. Y, aunque algunos, o demasiados, como España, los supere, existen asignaciones de emisiones a nivel mundial que indican qué máximos son peligrosos superar. Estamos topando con un linde, no a nivel particular sino global, por lo que este se nos aparece más contundente y urgente. De ahí esa percepción del cambio climático como el resultado de sobrepasar uno de estos límites y la necesidad inaplazable de encontrar alguna solución. De ahí que las políticas públicas y las estrategias empresariales estén empezando a integrar este limite, expresado en forma de asignaciones, y con él a incluirlo como base de un progreso más sostenible.

Sin embargo, algunos dirán, y con razón, que, a pesar del ejemplo citado, existen muchos otros que van en la dirección opuesta. Uno de estos podría ser la información sobre las ventas de automóviles que últimamente leemos con cierta frecuencia en la prensa. Las ventas de turismos en el primer cuatrimestre de este año están alrededor de 265.000, una cifra superior a la que teníamos a principios de los noventa. Es cierto que, en algún momento, a lo largo de este periodo se habían duplicado, llegando a unas cantidades de venta de 532.000 unidades. Si miramos estas cifras bajo el prisma del límite antes mencionado, se puede decir que la venta de automóviles también debería tener un máximo y que, además, este no puede ser sostenido en el tiempo, por lo que no podemos esperar un incremento lineal a lo largo de mucho tiempo. Si a principios de los noventa nos parecía razonable el número de automóviles vendidos, por qué ahora nos parece un sector en plena crisis, hasta el punto de pedir ayudas directas del erario público.
¿No tendríamos que pensar en un número de ventas razonable sin que este sea siempre el máximo histórico alcanzado? Igual desde este punto de vista y ampliándolo a otros sectores, como la vivienda, por ejemplo, lo que nos tendría que sorprender y preocupar no es lo que se vende ahora, sino lo que se vendía hace unos años, porque igual habíamos sobrepasado algunos limites que, aunque no tuviéramos la capacidad de ver, han demostrado ser una realidad aplastante.

Carme Miralles-Guasch es profesora de Geografía Urbana

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