ALFONSO EGEA DE HARO
Profesor de CIencia Política
La deuda pública griega se encuentra en su semana decisiva. La presión de los mercados financieros con la valoración a la baja de la deuda griega obligaron a aplazar la emisión de títulos prevista para la semana pasada. Por su parte, el plan de rescate europeo, lejos de concretarse más allá de pedir una mayor austeridad al Gobierno griego, ha provocado un efecto perverso: el recurso populista a una política de clichés. Conforme pasaban los días, las críticas a la pasividad y ambigüedad de la Unión Europea se transformaron en reproches mutuos acerca de la irresponsabilidad fiscal de los gobiernos del sur de Europa o la acusación al Gobierno alemán de no haber recompensado a Grecia por la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial.
Ante esta situación, la ausencia de una posición europea se debe a que en la actual unión monetaria los gobiernos nacionales son responsables de hacer frente a su deuda pública sin la ayuda de otros estados. Sin embargo, ocurre también que la deuda pública de un Estado acaba por formar parte del balance de un buen número de bancos europeos que, posteriormente, son "demasiado grandes para dejar que caigan". En el caso de Grecia, hasta un 60% de su deuda está en manos de entidades fuera de sus fronteras. Los bancos alemanes, con 43.000 millones de euros, y los franceses, con 75.000 millones, son los más expuestos al devenir de la deuda pública griega.
Por ello no sorprende que el pasado viernes el presidente de el Deutsche Bank, Josef Ackermann, visitara Atenas, o que Angela Merkel reciba hoy a Papandreu. El esperado plan europeo parece ir concretándose en un rescate del Gobierno alemán que podría garantizar la adquisición de títulos griegos por parte de dos de sus mayores entidades, una pública, la KfW y otra privada, el Deutsche Bank. La iniciativa alemana podría ser respaldada por la banca pública francesa, Caisse des Dépôts, y una vez que esta semana se anunciaran nuevas medidas de austeridad por el Gobierno griego.
De todo lo que está ocurriendo se podría afirmar que Alemania sigue siendo no sólo el motor de Europa, sino también el freno de emergencia. También que los movimientos especulativos no pueden ser contrarrestados con una apelación, sin más, a la solidaridad entre los países europeos. Pero, sobre todo, nos debemos preguntar hasta cuándo podremos mantener un sistema en el que la solidaridad se derive de intereses inmediatos y no sea una responsabilidad de países que comparten algo más que una moneda común. En una semana en la que la Comisión Europea ha presentado la denominada estrategia Europa 2020, parece necesario que la respuesta no se demore más.
Comentarios
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