Dentro del laberinto

Nácar

Uno de los inconvenientes de convertir el agua en un bien preciado es que dentro de algún tiempo habrá que, de nuevo, revertir su condición de producto imprescindible a la de objeto creador de belleza, sujeto de belleza. La lluvia constante, tan inusual, de los últimos meses, han convertido el patio del colegio de los hijos en el antiguo patio de colegio en el que jugábamos los padres, con sus rincones cubiertos por el moho y los charcos traidores. Se nos había olvidado que las empuñaduras de los paraguas, como las corbatas, indicaban tanto de la personalidad de un hombre. Olvidamos el vaho en los cristales, como planchas de nácar disuelto, la tierna y productiva actividad de aburrirse porque fuera llueve, y todo lo planeado fuera de casa debía cancelarse.

La lluvia ha permitido el milagro de que las lenguas de tierra que lamen las carreteras y las calles de Madrid conserven sus rosales en flor hasta entrado junio, y que los pulgones mueran ahogados. Las masas compactas de rosas, tan espesas como si fueran claveles apiñados, golpean los ojos. Hay lavanda en los campos salvajes, y amapolas. Kenzo las ha cortado a centenares para alfombrar su última fiesta, y en este refinamiento japonés hacia la más humilde de las flores se adivina la delicadeza de quienes han amado durante siglos lo inmóvil, los cambios sutiles de cielo y de árboles, de brotes y de tallos resecos. En la moda por lo oriental pocas veces nos interesa observar: avasallamos, extraemos lo más llamativo, lo urgente.

Las ciudades mediterráneas, que olvidaron la primavera y aceptaron con resignación las caravanas de procesionarias, huelen de otra manera. Zaragoza amanecerá cubierta de rocío en unos días. En el agua siempre hay espacio para la poesía, también. Uno de los haikai más hermosos de Kaga.no Chijoyo dice: Una campanilla ha brotado/ en el cubo viejo./ Pediré agua a mi vecino.

Para no acabar con la campanilla, pero para no perturbar tampoco la paz del agua. Del agua y los vecinos hablaremos otro día.

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