Dentro del laberinto

Ecos

Los camiones atravesados en las carreteras, piquetes, gritos contra los esquiroles, los pescadores regalando pescado mientras la flota agoniza anclada, y son otros los que abastecen el mercado con productos más baratos, o de países más protegidos.

Las gasolineras anémicas, las lonjas de pescado desiertas, las colas interminables para comprar aquello que no se sabe si faltará, las estanterías raleando en leche, arroz, aceite.

Los bancos, silenciosos, con unas hipotecas a un interés altísimo, el miedo en los ojos de los clientes, las solicitudes de préstamos denegadas y una hilera de llaves que se quedan sobre las mesas de los directores, con un parque inmobiliario de pronto inmovilizado y devaluado. Carteles en letras naranjas que indican que se vende o se alquila, descoloridos por la lluvia y el tiempo que hace que se exhiben.

Un partido en el poder casi ausente, con los ojos situados en algún punto que el pueblo aún no puede ver. Una oposición diluida, dividida por una crisis interna tan profunda y tan negada.

La selección española con un triunfo inicial en la Europa que ha causado euforia, hasta que lleguen los cuartos, cada gol vitoreado con la saña que debería reservarse para algo más edificante. Españoles que triunfan en tenis y en el motor, la familia congregada en torno a Eurovisión, con el mismo resultado de siempre: la vergüenza propia y ajena. Esa Europa siempre venerada y madrastra, con sus exigencias y sus favoritismos.

El hambre en el mundo, los niños que mueren con los vientres hinchados, ETA cada vez más débil.
Euskadi devastada por las lluvias, el Nervión hinchado como una vena furiosa, y las riadas e inundaciones que alimentan los pantanos tras la pertinaz sequía. Los ganaderos que abandonan sus granjitas en cadena, los campos abandonados porque no compensa cultivar nada.

¿En qué edad estamos, Dios mío, en qué año? ¿Tengo 33 años, o no he cumplido más que 8? ¿Es posible que nada haya cambiado? ¿En qué nos han engañado, en qué manos hemos caído?

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