Dentro del laberinto

Competición

Con las lluvias y el frío que, como en los junios de los que hablaba Jane Austen, han hecho que los manzanos florezcan tardíamente, se han espantado algunos turistas. Paul Bowles los distinguía de los viajeros. Con cierto deje de desprecio añadía que los turistas eran aquellos que al partir conocían la fecha de su regreso, o al menos, tenían claro que deseaban regresar, mientras que los viajeros podían no regresar nunca. No especificaba si por facilidad de adaptación a nuevos medios, si por vigoroso ataque de los tiburones o porque se arriesgaban a recorrer tierras en las que morir de fiebres tifoideas era el menor de los peligros. Es decir, que el escritor, viajero, por otra parte, prefería a aquellos que se iban para no regresar que a los que, en viaje organizado, prometían traer absurdos regalitos de recuerdo y mostrar todas sus imágenes. Pensamiento que compartirán con Bowles los que tengan una gran casa y amigos pesados con proyector digital.
España no atrae a viajeros desde que perdió su aura de gitanas, bandoleros y matadores, que, por otra parte, fue una magnífica campaña publicitaria francesa. No parece tampoco que atraiga demasiada inversión extranjera, dado el pánico generalizado que los compradores británicos han demostrado ante la recalificación de costas. Ahora tenemos turistas, odiados y ansiados, en algunos casos tan mal tratados que desean irse casi a la misma velocidad a la que los lugareños desean que se marchen.

Se distingue a un turista porque se viste para la ocasión. Por la fuerza con la que se aferra a su cerveza. Se les distingue porque muchos son corteses, y dan las gracias, e intentan hablar cuatro palabras, aunque sepan que su espeso acento no merezca demasiados respetos entre quienes le atienden.

Se les distingue porque descubren que el europeísmo sólo es económico, cuando aplican los tópicos, y funcionan. Para atender bien al turista hay que haber explorado mucho como viajero. El turista no es agresivo, se encuentra de vacaciones. Busca un mundo suave. Es lógico que deseen marcharse y no vuelvan. De estos turistas, Bowles no tenía ni idea.

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