Dentro del laberinto

Guardarropa

Son días de dolores de garganta, de virus indómitos, aún por domeñar por futuros premios Nobel, de quebraderos de cabeza y noticias tan atroces que el miedo se cuela y se convierte en enfermedad, en úlceras de estómago, porque la carne se rasga con el pánico, y los pensamientos poseen el poder de convertir el cuerpo en su esclavo.
En fechas como estas, la ropa normal y corriente no sirve para cubrir el cuerpo y protegerlo. Haría falta una cura para el miedo, como a veces lo es para la tristeza el cambiarse el pelo o el comprarse una camisa nueva. Como lo es para las preocupaciones una copa de vino bueno compartido con una conversación serena, o para el desamor llorar hasta deshacerse frente al teléfono silencioso mientras masticamos entre lágrimas algo dulce.

Un programa de reinserción de presas de la cárcel de Villena ha logrado ese equilibrio entre la caricia para el ojo y la satisfacción para el alma: además de facilitar a esas mujeres, casi todas en el tercer grado, la obtención de microcréditos, las enseña a coser, a formar parte de un equipo y ciertas nociones sobre empresa. Fashion for Development se llama la iniciativa.
No es la primera vez que la moda salva regiones enteras o que se convierte en la forma de subsistencia de mujeres que hasta entonces se dedicaban a tareas mucho más duras y menos provechosas. La costura no es un trabajo baladí: las piernas, los ojos, las vértebras sufren. Pero incluso el dolor de espalda de encorvarse sobre la máquina, o sobre la plancha, es mejor que la miseria de cultivar unas tierras secas, siempre insuficientes y endeudadas. Indudablemente mejor que servir como mula para un traficante mayor. Requiere y dota de una cualificación que eleva a las costureras por encima de otros puestos y cuando, como en este caso, se especializan en alta costura, forman parte de un proceso de creación de belleza y prestigio, son un eslabón del que pueden sentirse orgullosas. Y, cuando así ocurre, el cuerpo se siente doblemente a salvo.

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