Dentro del laberinto

Señores y señoras

Como muchos, me creo de vuelta de todo, una mujer con el colmillo retorcido, con la esperanza a la altura de los tobillos. En realidad, soy bastante ingenua, la candidata perfecta a los timos que explotan la compasión ajena; acojo animales abandonados, disculpo como ignorancia faltas de educación e incluso delitos, porque me enseñaron a odiarlos, mientras compadecía al delincuente. Creo en la buena fe de la gente y, la mayor parte de las veces, en los titulares de los periódicos. Incluso de tendencias distintas.

Por eso creo que si el Gobierno ha decidido callar el nombre de las entidades que durante los siguientes meses recibirán una jugosa transfusión de nuestro dinero, es porque, honradamente, creen que es lo mejor. Evitarán el pánico en cadena, la desconfianza y las hordas de ciudadanos con teas y estacas, dispuestos a quemarlas mientras ellos han perdido el empleo. Me creo que ningún otro partido hubiera podido actuar de una manera distinta, ya que la actuación desborda lo local, por más que me disguste cómo los socialistas se han abrazado a la banca en los últimos años, en un abrazo estrechísimo y desmayado, el de la víctima de cuello ansioso en brazos del vampiro.

Creo también que los sindicatos estarán, a estas alturas del baile, dejándose cuello y médula en las negociaciones a favor de los trabajadores, que el resto de los partidos, de izquierda, de derecha, estarán desgañitándose, en consultas con sus expertos económicos, para asesorar en lo posible al Gobierno, en un ejercicio de sensatez y patriotismo sin bandera, de pura supervivencia.

Me lo creo porque, de lo contrario, es muy posible que me exiliara. He vivido ya en otros países y no siempre en el nuestro se vive mejor. Pero es el nuestro. En cualquier otro lugar, sí, donde también vayan tan mal las cosas y los responsables se defiendan con la misma torpeza y opacidad, pero donde eso no me duela. Qué se podía esperar. Menuda gente. Esto en España no pasaría. Echo de menos la esperanza...

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