Dentro del laberinto

Entre el hilo y la espada

Nos dijeron que dentro del laberinto no existía más camino que el que se abría ante nuestros ojos, callejón tras callejón, con la vista fija en el futuro. Y en el centro del laberinto, con la respiración bronca y el salto rápido, aguardaba la muerte. Mujeres y hombres éramos enviados allí como un arreglo entre poderosos, una deuda que se pagaba sin solución ni dudas.

Quien acabó con el monstruo del laberinto no lo hizo solo: suyo fue el instinto de lucha, el liderazgo, la capacidad de mirar atrás, a los costados, incluso al techo libre de nubes, y el rechazo de una muerte pasiva. Pero fue Ariadna, harta de sacrificios y enamorada de la prestancia de Teseo, quien le prestó dos elementos esenciales: la madeja y la espada.

No hay héroe sin espada: les encantan, se aferran a ellas como si formaran parte de su cuerpo. En algunos casos, trae asociada una idea brillante, un rayo de luz que corta la oscuridad, una decisión que remata el caos. También cortan, sajan, destrozan, la sangre les gotea hasta el codo. Los líderes tienden a derramar cualquier vida, salvo la suya. Pero, mientras nos sirven, pasamos por alto esos defectos.

En cambio, los héroes desconfían de los hilos. No hay gloria en ellos, sólo un elemento humilde que resulta necesario para el regreso y la dulzura del reconocimiento. El hilo son las ideas, los instintos, aquello que nos obliga a seguir un camino: la moralidad y las promesas. Alejandro Magno cortó con su filo el nudo gordiano que nadie, ni con paciencia ni con maña, había logrado deshacer. Sin tonterías. Él quería dominar el mundo, sin más.

Teseo, luego, se reveló como un fraude: despistado, inconsciente, mujeriego, autoritario y veleidoso. Por su culpa murieron su padre y su hijo. Su vida matrimonial resultó desastrosa. Abandonó a la dulce Ariadna en una isla desierta porque los héroes siempre han maltratado a las princesas orientales, pero dentro del laberinto se necesitan personas así.

Hacen falta Ariadnas, también, aunque se prescinda de ellas luego. Es lo que hacemos cuando escribimos: ofrecemos una espada. Tendemos un hilo.

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