Dentro del laberinto

Pesadilla antes de Navidad

No deberían meterse los políticos en terreno tan cenagoso como los consejos gastronómicos; corren el riesgo de humillar o de humillarse. Deberían haber escarmentado en cabeza (decapitada) ajena, porque, atribuida o no, a María Antonieta no se le ha perdonado la frivolidad de recomendar pasteles a falta de pan. O en la de Celia Villalobos, que recomendó con tanto desparpajo como poca pericia gastronómica que se cambiara el hueso de espinazo del caldo por el de otra especie, ajena a que el preferido ha sido siempre el de rodilla, y a la capacidad de las amas de casa españolas para alcanzar, ellas solitas, esa misma conclusión.

No, no deberían hacerlo, y menos en estas fechas, en las que la mala leche navideña invade las calles y los comercios. Arias Cañete tuvo la precaución de comer ternera lejos de los días de diciembre, y esa imagen nos hizo olvidar que poco más tarde el aceite de orujo trajo complicaciones desmentidas, y que durante la última década apenas salimos de un problema de zoonosis para caer en otro. No habla nadie ya de las vacas locas, por más que se continúen detectando casos.

Quisiera saber cuántos hogares españoles cenan esta noche conejo, una carne magra, sana, barata y rodeada de tabúes en gran parte de Europa. Los vecinos situados al norte no lo comen por la misma razón por la que no se comerían al hámster del niño o al gato de la abuela, y porque las razas que han conseguido muestran orejitas caídas y expresiones adorables. Con los campos españoles conviene andarse con ojo porque la mixomatosis, que casi acaba con los linces ibéricos, y que se introdujo para controlar la desmesurada proliferación de conejos, aún colea. Con los de granja, ya veremos que nos trae el futuro, aparte de la nueva campaña de promoción que ha iniciado, por los dos próximos años, el Ministerio de Agricultura.

Yo preferiría que el secretario general Puxeu me permitiera, sin consejos, cenar lo que me apetezca esta noche: que me otorgara suficiente juicio como para pensar que si me quejo de los precios de los alimentos, no se debe a que pida pasteles. Con el pan me basta.

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