Dentro del laberinto

Qué bello es vivir

A fuerza de verla, nos hemos familiarizado con una mitología navideña que nos resultaba ajena hace apenas 20 años. Por supuesto, encontramos a Santa Claus, o Papá Noel, con su parafernalia de renos, trineos, Mamá Claus, elfos, y las películas almibaradas que muestran la lucha entre la incredulidad y la magia. Vence la magia: un tintineo de campanillas, y una risa algo gutural prueban que los regalos de Santa Claus han llegado a los niños buenos. El conocimiento de esa figura, patrocinada con indudable constancia por Coca Cola, ha llegado por saturación audiovisual, inmediata y sin más ideología que la del payaso del McDonald’s, o el conejito de Duracell. Y sin embargo, esta imagen ahora importada, nórdica, obesa, blanca y roja, comenzó como una tradición romana, en el seno del Imperio. Se solventaba con sus regalos la pobreza, no la demanda consumista.

Otra de ellas, menos reconocida, pero presente en multitud de lugares, tiene que ver con el culto a los ángeles estadounidense. Frente a la riqueza de santos, beatos e intercesores católicos, abigarrados y prácticos, las religiones del norte simplificaron y democratizaron las jerarquías celestiales: todos podemos convertirnos en ángeles, aunque seamos imperfectos. El limbo se salta tan ricamente, para convertirse en una especie de prácticas, al final de las cuales se obsequia al ángel becario con sus alas. Y para ello ha de rematar con bien algún tipo de tarea; no se dice qué ocurre si no la cumple, pero teniendo en cuenta el monopolio celestial, la sospecha de que los incompetentes lo pasan muy mal se hace cada vez más fuerte.

Si el bueno y medio sordo de George Bailey se enfrentara hoy a la crisis navideña que le hemos visto resolver año tras año en pantalla con fe y vitalismo, sin duda se ahorraría gran parte de sus agonías: su compañía de préstamos funcionaría a la perfección, aún más en estos días. La demanda de pequeños préstamos ha aumentado un 17% durante la última quincena, dinero que se llevan Santa Claus, sus elfos y sus renos. Es posible que el ángel Clarence no pudiera ya ganarse las alas con él...

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