Desenredando

El genocidio invisible

El genocidio invisible
Cientos de personas protestan este domingo en la céntrica plaza de Callao en Madrid contra "la masacre en Melilla", convocados por asociaciones de inmigrantes y anti racistas, en Madrid. EFE/David Fernández

El pasado 24 de junio se produjo otra tragedia en la valla de Melilla. Tras la intervención de las fuerzas y cuerpos de seguridad marroquíes, en territorio español, la operativa policial terminó en resultado de muerte para, por lo menos, treinta y siete personas negroafricanas que intentaban cruzar la valla, aunque después de la publicación de este artículo, la cifra podría seguir aumentando, ya que otras muchas quedaron en estado de gravedad. La noticia ya se ha publicado en muchos medios de comunicación, como en este mismo diario.

Hemos visto unas declaraciones del Presidente del gobierno más progresista de la historia de España hablando de «presión migratoria»; hablando del Sahel y del África subsahariana como si fueran lo mismo —vergüenza torera le tendría que dar creer que el Sahel y la mal llamada África subsahariana son la misma cosa—. Hemos escuchado al señor Pedro Sánchez hablar de «integridad territorial». También le hemos escuchado defender la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad marroquíes, y defender un acuerdo de migración entre los dos países que es causa de muerte para muchas personas africanas.

Como siempre y una vez más, hemos escuchado hablar de «asalto violento bien organizado y bien perpetrado», una expresión que redunda en la criminalización de las personas africanas con un objetivo estudiado y muy claro: justificar el uso de la violencia y la fuerza desmedida contra ellas.

Desde esa criminalización se habla de los niveles de violencia empleados por los migrantes, como si la violencia ejercida por ambas partes fuese equiparable. Los migrantes, porque no llegan a la categoría de personas. Quitarles la etiqueta de migrantes y hablar de personas sería humanizarles, y eso no interesa. Lo que interesa —a los gobiernos y a la mayoría de medios de comunicación, en favor de la alarma social y el miedo— es seguir relacionando a las personas migrantes negroafricanas con la criminalidad, con las avalanchas, con la amenaza a la integridad. Anclarlas a la categoría de migrantes perpetúa la deshumanización. Y la deshumanización garantiza la indiferencia.

Este es el mecanismo utilizado para que, cuando el público español vea en sus pantallas las imágenes de todas esas personas —insisto: personas; no migrantes— agonizando o ya inertes, mientras la policía sigue maltratando sus cuerpos, no haya alarma, no haya conmoción ni indignación. Que nadie sienta la rabia quemándole por dentro ante tanta violencia. De hecho, la audiencia española ya está insensibilizada: se ha promovido tanta la pornografía de la muerte de los cuerpos negros que, a fuerza de verlos sin vida, poca gente reacciona. Así nadie sale a la calle a pedir explicaciones de por qué se violan sistemáticamente los derechos humanos de estas personas. Personas, no migrantes; insisto.

El trabajo colectivo de deshumanización está bien logrado. No son personas; son migrantes. Vienen desde África a invadir, a amenazar los valores de esta Europa fortaleza que se construyó y progresó robando y expoliando sus tierras y esclavizando a sus habitantes. Son delincuentes, son bestias asalvajadas y violentas: la propaganda ya se ha encargado de retratarlas así, despersonalizándolas para justificar el trato violento y deshumanizado que se ejerce sobre ellas.

Son otra categoría de personas de menos valor. No son rubias con los ojos azules. No son católicas ni europeas. Por eso no merecen la movilización social ni la acogida inmediata. Por eso merecen la muerte y el trato indigno y vejatorio. Por eso no merecen vías seguras para migrar y llegar a Europa. Por eso no merecen medidas instantáneas para la regularización de su situación. Por eso merecen el genocidio invisible y la muerte.

El mecanismo criminalizador que utilizan el gobierno más progresista de España y los medios de comunicación para justificar las políticas migratorias de muerte funciona a la perfección. Las imágenes de este fin de semana, mostrando a la policía marroquí amontonando cuerpos negros y dejándolos agonizar hasta la muerte, ignorando el deber de socorro,  han pasado inadvertidas para la mayoría del público español, que volvía su cabeza hacia Estados Unidos para mostrar su indignación y su rabia por la derogación del derecho al aborto. Ahí sí se han volcado las condolencias, la rabia y las muestras de apoyo.

De nuevo y como siempre, estamos ancladas a la jerarquía de las vidas de primera y las vidas de segunda. La mayoría silenciosa es capaz de hacer unos ejercicios de disociación increíbles. Nadie cuestiona que no haya nada de extraño ni de absurdo en mostrar apoyo por el control de los cuerpos que se lleva a cabo en los Estados Unidos de América, y a la vez mostrar absoluta indiferencia por el control de los cuerpos que lleva a cabo el gobierno de España en la frontera sur. Tal vez la diferencia está, como siempre, en que los cuerpos de la frontera sur son negros.

Parece que las vidas negras solo importan si son estadounidenses. El cuadradito negro y los hashtags no los merecen las vidas negras africanas. Este fin de semana en las redes sociales se han organizado concentraciones para expresar el rechazo a las políticas y a los acuerdos de migración y muerte de los gobiernos español y marroquí. No ha sido ninguna sorpresa ver que todas las personas escandalizadas que llevan varios días denunciando la pérdida de derechos humanos que implica la revocación de la sentencia de Roe contra Wade han hecho caso omiso a las veintisiete muertes en Melilla, como también hicieron ante la tragedia en la playa del Tarajal. Y así siempre.

De nuevo la deshumanización y la criminalización de estas personas hace que la persona promedio crea que algo de merecido hay. Compran los discursos propangandísticos y tramposos del «que vengan, pero que vengan de forma legal. Porque, claro, si no vienen de forma legal, es normal que les pase lo que les pasa», se anima a decir algún cuñao, y el resto de presentes asienten en silencio mostrando su conformidad con un discurso racista ampliamente aceptado. Parece que, quienes vienen de forma ilegal, no tienen derecho a la vida.

Se está produciendo un genocidio invisible ante nuestra mirada inatenta. En realidad no es un genocidio invisible; es un genocidio invisibilizado. Y la mayoría de la población mira hacia otro lado, guardando un silencio cómplice.

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