Dominio público

Del rey "pillo" al "pillo" marqués, pobre España

Ana Pardo de Vera

El caso de los comisionistas Luis Medina Abascal y Alberto Luceño viene a confirmar, una vez más, que España tiene un problema de corrupción estructural que tiene que ver con una cultura democrática paupérrima por lo que respecta al dinero público (Impuestos, caca, por ejemplo) y con una indolencia manifiesta de nuestras instituciones a la hora de establecer férreos controles sobre ese dinero que se nos escapa a chorros por la vía de la corrupción y el privilegio.

Ya es sumamente ilustrativo el hecho de que el nuevo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, califique de "pillos" a los comisionitas Medina y Luceño, que se lo llevaron crudo para su hortera competición por ser el más ostentoso en un mundo, el suyo, de pura apariencia y mucho ignorante, cuando morían centenares de españoles al día, o, seguramente, más. Se hacen llamar "patriotas", llevan la bandera de España en la muñeca y su voto oscila entre el PP de Ayuso y el Vox de Abascal, que son quienes cuidan sin complejos los privilegios de reyes, aristócratas, grandes terratenientes y emprendedores de esta ralea, que no madrugan, pero carallo cómo les cunde el tiempo.

La diferencia entre votar al PP o a Vox y votar a Ciudadanos, que no lo harán, es la religión católica y sus dogmas: suelen ser de misa dominical, fiestas de guardar y celebración de todos los sacramentos con gran bombo público. Su máximo referente es la Casa Real, particularmente, la del estilo campechano y comisionista de Juan Carlos I, al que defienden sin matices, así que con esto, ya está todo dicho. Teniendo en cuenta lo que este país ha consentido al emérito, a ver con qué argumentos reprocha ahora al marqués Medina y compañía haberse pasado de frenada con la comisión sacada de las arcas del Ayuntamiento de Madrid.

Y es que Feijóo, en realidad y si hacemos caso los bajísimos o nulos niveles de ética política de esta España nuestra, también es hermano de una pilla, ya que la empresa donde trabaja la suya ha logrado un lucrativo nicho de negocio con los contratos de la Xunta de Galicia que todavía preside su hermano. El líder del PP sabe perfectamente que es muy difícil que estos "pillos" vayan a la cárcel si cumplieron con los laxos estándares de la Administración municipal, a la vista está, y que entonces tenían aun menos controles de los habituales debido al caos pandémico. Había una emergencia inédita, es verdad; un mercado feroz al que acudir para buscar material, cierto; un montón de "pillos" esperando a hacerse con parte del botín, más de 2.000 millones de euros, pero si ya demasiadas veces nos han fallados los controles en la administraciones públicas contra políticos, funcionarios o empresarios corruptos y corruptores, ¿qué no habrá ocurrido durante la pandemia?


Hasta ahora tenemos al hermano comisionista -no confundir este subgénero laboral con el de empresario, por favor, y por respeto a la figura de este último- de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Tomás Díaz Ayuso, y al marqués de Villalba, Luis Medina, y su compinche Luceño, sin oficio conocido más allá de algunos intentos con poco éxito y muchas críticas por cantamañanas. Estos dos, además, suman a su lucrativa gestión al primo del alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida. Todo muy feo, veremos si ilegal, pero amoral, sin duda.

Si los gobiernos, todos y de todo signo políticos, tuvieran interés en que esto de verdad se aclarara, no tendrían más que cumplir el compromiso que el Ejecutivo de Pedro Sánchez, a través del entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, y los correspondientes de las comunidades autónomas adquirieron en noviembre de 2020 con los y las ciudadanas de someter a sus respectivas administraciones a una auditoría independiente para evaluar la gestión de la pandemia.

Pero seguimos esperando y, visto lo visto, pese a que una guerra en Europa, más o menos inesperada, ha irrumpido ahora en nuestras vidas, éstas necesitan respuestas para despejar todas las dudas sobre el destino de nuestro dinero en el mismo momento en que nuestra gente enfermaba y nuestros abuelos y abuelas agonizaban encerrados y sin recursos médicos en residencias; mientras demasiados de todos ellos morían. Al menos por esos muertos y por tantas víctimas de un dolor inconsolable, tengan la honestidad aquellos que manejan nuestros cuartos de ordenar que se mire hasta debajo de sus mullidas alfombras para señalar uno por uno, una por una, a los "pillos", que son, en realidad, sujetos indecentes. Ellos y sus cómplices institucionales.


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