Dominio público

El dilema internacional del 23J

Pablo Bustinduy

Investigador en la Universidad de Milán y colaborador en la campaña de Sumar

Carlos Corrochano

Responsable de Internacional de Sumar

El dilema internacional del 23J
Los infantes de marina krainianos de la 37.a Brigada revisan su vehículo de combate blindado AMX-10 RC de fabricación francesa en una posición en la región de Donetsk el 10 de julio de 2023, en medio de la invasión rusa de Ucrania. (Foto de Anatolii Stepanov / AFP)

"Si queremos ser efectivos, sólo puede ser sobre la base de un análisis riguroso de las cosas tal y como son, no como nos gustaría que fueran". Stuart Hall en El gran espectáculo del giro a la derecha.

 

La política internacional es la gran ausente del debate político en esta campaña electoral. Tras haber dedicado sus esfuerzos en estos años a boicotear palancas decisivas para la recuperación económica del país, como los fondos europeos o el mecanismo ibérico para topar el precio de la energía, el programa del Partido Popular en esta materia se limita a un conjunto de lugares comunes —"descolonizar el Peñón de Gibraltar, "crear consensos en Europa"— totalmente indiferentes al contexto de emergencia global en que vivimos. La operación para construir la imagen de Feijóo como un estadista moderado termina en los Pirineos. Del otro lado, su decisión de sentar a la ultraderecha en el Consejo de ministros se percibe como un punto de no retorno para la familia conservadora europea. Esta es la verdadera aportación de Feijóo a la política continental.

La extrema derecha, por su parte, ha presentado un programa de máximos que incluye todos los hits del conspiracionismo: la denuncia de la Agenda 2030 y del globalismo que oprime a las naciones; el negacionismo climático, el ataque al feminismo y a los derechos de mujeres y minorías; la obsesión con la "leyenda negra" como expresión de una melancolía del imperio; la xenofobia como lente de lectura para un mundo presentado como fuente inagotable de enemigos y amenazas. Todo ello se acompaña de un supuesto frentismo contra las élites de Bruselas que omite, sin embargo, cualquier referencia a la política económica y social: el nacionalismo de Vox es, en definitiva, una forma de etnicismo neoliberal. Resulta sorprendente que este programa no haya generado apenas reacciones en una esfera pública y mediática normalmente tan preocupada por ceñirse a los límites marcados por las instituciones europeas.

La imagen del mundo que dibuja el bloque de la derecha, con todo, entronca con un cierto espíritu de época. Esa imagen responde a dos instintos igualmente poderosos en las sociedades reactivas de nuestro tiempo: el aislamiento y la negación. Frente a un mundo en redefinición, sin certezas ni horizontes claros, aparece la promesa de un repliegue sobre un pasado sencillo, homogéneo, ordenado. Su solución para las múltiples crisis que nos acechan es negarlas: atribuirlas a una conspiración, identificar un enemigo, declararle la guerra. En ese doble movimiento reside la fuerza de su mensaje. También el enorme peligro que representan.

Ese peligro no consiste sólo en principios y valores. Estamos viviendo un proceso de aceleración y profundización de los grandes problemas que afectan a la Tierra. La crisis climática multiplica sus efectos de forma descontrolada, desbordando cualquier previsión y los timidísimos mecanismos existentes para hacerle frente. La crisis energética alimenta conflictos que se enquistan y agravan, debilitando todavía más el derecho internacional y las obsoletas instituciones multilaterales. La crisis de la globalización refuerza el unilateralismo y las lógicas de competición y conflicto, dificultando cualquier respuesta coordinada a las emergencias que se acumulan. En este contexto, el tiempo se ha convertido en un factor geopolítico decisivo. Dicho de manera sencilla: si el coste de no abordar estos problemas de manera inmediata es inasumible, retroceder en lo poquísimo que se ha avanzado sería directamente un suicidio. Eso es exactamente lo que propone el negacionismo democrático y climático que propugna la extrema derecha, y que avalan con su alianza las fuerzas conservadoras.

¿Cómo hacer frente a esta gravísima amenaza? ¿Cómo abrir un horizonte alternativo, que pueda responder a las ansiedades y las demandas propias de este tiempo de incertidumbre y disrupción constantes, sin caer en el catastrofismo ni en la proclamación de una esperanza vacua? Frente a lo que propugna el programa del PSOE, no creemos que la continuidad y el statu quo sean materiales suficientes para dar solución a este dilema. Al contrario, creemos que es necesario un replanteamiento del papel y los objetivos de nuestra política exterior desde su raíz. El programa internacional de Sumar parte, para ello, de una idea clave: España debe convertirse en una fuerza de progreso, estabilidad y certidumbre para este mundo en crisis. Y debe hacerlo afirmando un compromiso pragmático y decidido con tres objetivos fundamentales y relacionados entre sí: una salida democrática a la crisis eco-social que nos amenaza, el reforzamiento del derecho internacional y del multilateralismo democrático, y una refundación democrática del proyecto europeo.

El primero de esos objetivos tiene que ver con la emergencia climática y la incapacidad de las instituciones internacionales para darle respuesta. Abordar esa emergencia requiere adoptar un compromiso firme con la justicia climática a nivel global. Para ello se debe apoyar la creación de un Fondo Mundial para la Mitigación del Cambio Climático, en la línea planteada por la Agenda de Bridgetown. Es necesario generar vías de financiación justas para la transición ecológica y la mitigación de daños, en especial para aquellos países más afectados por la emergencia climática, por medio de Bancos Multilaterales de Desarrollo sometidos a control democrático. Debemos impulsar la creación de un tribunal internacional de justicia climática para luchar contra el ecocidio —cuyo reconocimiento como delito en el ámbito de la Corte Penal Internacional ha de acelerarse— y la adopción de un Tratado de No Proliferación de Combustibles Fósiles. Necesitamos, en definitiva, marcos jurídicos, recursos y herramientas nuevas, no solo para paliar los efectos inmediatos, sino para revertir la lógica del daño.

El segundo de los objetivos parte de una necesidad palmaria: en un tiempo en que las crisis se multiplican, es necesario contar con mejores herramientas para prevenir los conflictos, desescalar cuando estos se producen, y reparar las violaciones de derechos humanos que se producen como consecuencia. Nuestro país tiene un enorme potencial para poder erigirse en una potencia mediadora, involucrándose en los procesos de resolución de conflictos y construcción de paz. Pero de nuevo, no basta con remediar los efectos: es necesario abordar la raíz de los problemas que enfrentamos, y ello requiere reordenar en profundidad un sistema económico, financiero y comercial que funciona de manera irracional y es incapaz de estabilizarse a sí mismo. Apuntamos apenas los primeros pasos para ello: la democratización del FMI y el Banco Mundial, la creación de una agencia fiscal internacional, un tribunal de justicia económica para juzgar los crímenes financieros transnacionales, así como el establecimiento de un impuesto global sobre la riqueza y sobre las transacciones financieras.

El tercero de los objetivos es en realidad una condición de posibilidad para que estos tímidos pasos puedan hacerse realidad. Frente a la ola reaccionaria que recorre el continente, España debe convertirse en un referente para la reconstrucción democrática de una Europa que despliegue por fin su dimensión social. Esa idea de Europa se pelea a partir de objetivos inmediatos y cosas muy concretas: la superación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, incluyendo como objetivos del BCE la lucha contra la emergencia climática y el pleno empleo; la sustitución del Mecanismo Europeo de Estabilidad por una Agencia Europea de la Deuda; la batalla por una política fiscal redistributiva e integrada, que evite el dumping social entre Estados miembros; la concreción normativa del Pilar Europeo de Derechos Sociales o el Protocolo de Progreso Social. Una Europa autónoma, una Europa con voz propia capaz de actuar por sí misma en el mundo, solo será posible si se erige sobre un modelo renovado de bienestar, cohesión social y democracia económica que entierre de una vez los fantasmas del consenso de Maastricht y de una gobernanza económica europea que ha quedado completamente obsoleta.

En el silencio atronador de esta campaña, estos objetivos pueden parecer grandilocuentes. En realidad son pasos muy modestos para empezar a construir un horizonte político diferente para el mundo en que vivimos, inmerso en crisis simultáneas y superpuestas. Escribe Naomi Klein que, cuando las crisis ocurren, "las acciones que se emprenden dependen de las ideas que están en el ambiente". Esta es, según Klein, la principal tarea de nuestro presente:  "desarrollar alternativas a las políticas existentes, mantener esas alternativas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable". Quizá éste sea el tema más decisivo: sostener y empujar una alternativa de paz, justicia social y democracia hasta que el mundo no se pueda concebir de otra forma.

Más Noticias