Dominio público

El gusto de irse al carajo

Jonathan Martínez

Periodista

El gusto de irse al carajo
Juanma Castaño en El Partidazo de Cope.- COPE

Ocurrió en 2007 en Palma de Mallorca, en el Congreso Nacional de la Empresa Familiar, un evento que había reunido a 600 personas y que contaba con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Sin embargo, la gran guinda del pastel era Al Gore, ex vicepresidente de los Estados Unidos, cuyas inquietudes ambientalistas le habían procurado el Premio Nobel de la Paz apenas unos días antes. La Academia Sueca galardonó también al grupo de expertos de la ONU que trabaja para contener el cambio climático. Fue uno de los años más cálidos de la historia y el calentamiento global acaparó controversias y titulares.

El día en que se inauguraba el congreso mallorquín, el mismo día en que intervenía también Al Gore, subió al estrado Mariano Rajoy, que por entonces era el jefe de filas de la oposición y ya soñaba con conquistar la Moncloa en los comicios de 2008. "Voy a hablar de un primo mío que es catedrático de Física en la Universidad de Sevilla", arrancó Rajoy entre las risillas del público. "Preguntado por este asunto, dijo: ‘He traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que va a hacer mañana en Sevilla. ¿Cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de trescientos años?’".

En 2015, con la Moncloa ya en manos del Partido Popular, Rajoy acudió a la Cumbre del Clima de París para manifestar su compromiso con la transición hacia una economía baja en carbono. "El cambio climático es el mayor reto medioambiental al que nos enfrentamos", declaraba el presidente en un aparte de la cumbre, justo cuando Barack Obama había terminado un discurso en el que comparaba el calentamiento global con los estragos del terrorismo: "Ciudades abandonadas, campos que no pueden volver a crecer, disrupciones políticas, conflictos, gente desesperada buscando refugio en países que no son el suyo".

El negacionismo climático, no obstante, siempre estuvo incrustado en el ADN discursivo de la derecha tradicional y se ha exacerbado aún más si cabe gracias a los nuevos partidos populistas, que lo integran en un mismo paquete ideológico junto al nacionalismo, la islamofobia, la homofobia o el masculinismo. No es extraño que el desprecio hacia los ecologistas venga acompañado de carcajadas fanfarronas, puñetazos en el pecho y una virilidad australopiteca que parece autoirónica en nuestro siglo. Es difícil ahora no pensar en el ex boxeador Andrew Tate presumiendo frente a Greta Thunberg de vehículos de gran cilindrada y abundantes emisiones venenosas.


De las hemerotecas de Génova salen a borbotones algunos exabruptos negacionistas que no desentonarían en los foros más oscurantistas de la Alt-Right estadounidense. En 2008, en un acto de la Fundación FAES, José María Aznar arremetió contra la "nueva religión" del cambio climático, que no solamente sería una teoría de ciencia inexacta sino que además estaría abanderada por los "enemigos de la libertad". Era la presentación del libro Planeta Azul (No Verde), escrito por el entonces presidente checo Václav Klaus, que ha llamado a salvar el planeta no de la polución ni del aumento de las temperaturas sino del pérfido movimiento ecologista.

El otro día, en un acto de Sumar, Yolanda Díaz se hacía eco de una investigación del profesor estadounidense Douglas Rushkoff, que en su libro La supervivencia de los más ricos habla de las élites tecnológicas y sus ansiedades frente a un hipotético cataclismo climático. En estas mismas páginas hemos abordado esta obra, donde desfila todo un submundo de búnkeres blindados, seguridad privada, viajes espaciales y una fe incondicional en el libre mercado y las ciencias digitales. Rushkoff ha concedido estos días varias entrevistas a los medios españoles, de modo que cualquier lector de la prensa diaria estaba en condiciones de captar la alusión de la vicepresidenta.

El caso es que la intervención de Díaz se propagó por las redes sociales. "Nos vamos al carajo, y como nos vamos al carajo, ellos y ellas lo que están haciendo es diseñar un plan B basado en huir del mundo para protegerse ellos y ellas solas". El nudoso trabalenguas y la ausencia de contexto contribuyeron a que todo se sacara de quicio, como si la vicepresidenta hubiera caído en una suerte de delirio psicotrópico y hubiera reemplazado las inspecciones de trabajo por la literatura de ciencia-ficción, los cohetes espaciales, los metaversos y las mansiones-fortaleza de millonarios en Nueva Zelanda.

Hasta cierto punto, uno puede comprender que estas polémicas de fogueo queden acotadas a un entorno digital gobernado por la rapidez, los rencores partidistas, la chanza sarcástica y los cánones de la viralidad. Lo que ocurre, en cambio, es que el periodismo tradicional se ha contaminado de los mismos actos reflejos que operan en las redes. Después de todo, los linchamientos virtuales y las controversias efímeras son ya la viga maestra que sostiene la confusa industria de los clics, los banners publicitarios y los índices de audiencia. Y si por el camino emplumamos a un adversario político, mejor que mejor.

Así, en las páginas de El Mundo hacían sangre con las palabras de Díaz apenas una semana después de haber publicado una entrevista donde Douglas Rushkoff habla de búnkeres, colapso climático y cohetes interplanetarios. En su programa de la tarde, Ana Rosa Quintana emitió el vídeo de marras frente a la expresión de perplejidad de sus invitados: "Pensé que era un deepfake". En honor a la verdad, algunos medios como El País o Eldiario.es se han tomado la molestia de contextualizar las palabras de Díaz. Sin contexto no hay texto, explicaba el lingüista Teun van Dijk mucho antes de que el contexto agonizara  sin remedio en las ciénagas fragmentarias de internet.

"No voy a perder ni un segundo en discutir sobre el cambio climático", dijo Feijóo el otro día en la tribuna del Congreso. No hay lugar, añadía, ni para "visiones apocalípticas" ni para una "dictadura activista". Casi a la par, en El Partidazo de la COPE, Juanma Castaño abandonaba los sagrados dominios del fútbol para solazarse con el vídeo de Yolanda Díaz. Las carcajadas de los contertulios convocaron sin querer a toda una legión de fantasmas del negacionismo, el primo de Mariano Rajoy, José María Aznar, Václav Klaus, Andrew Tate. Lo resumía un viejo adagio cuyo autor desconozco: España es como el Titanic pero con los pasajeros aplaudiendo. Así da gusto irse al carajo.

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