El azar y la necesidad

La tertulia televisiva y el silencio de Azaña

Quinto Septimio Florente Tertuliano, Tertuliano para sus amigos,  fue un romano converso al cristianismo, que se prodigó en disputar fogosamente sobre asuntos de teología. La tertulia, palabra que según afirma Corominas en su diccionario etimológico parece derivar de las citas que se hacían del teólogo romano en los cenáculos del siglo XVII,  fue durante buena parte del siglo XX una forma interesante de debate e intercambio de ideas informal, sobretodo entre escritores y artistas, en el ruidoso ámbito del café.

Hoy en día la tertulia, en su formato televisivo,  es la forma más obscena, irritante y desinformada de acercarse a la actualidad. Las tertulias televisivas tienen, comparadas con otro tipo de programas, pocos requerimientos en medios técnicos y humanos y por tanto unos bajos costes en producción que pueden ser amortizados en algunos casos gracias a la periodicidad diaria y a la duración de cada emisión. Una tertulia televisiva necesita de un moderador y unos tertulianos que tengan el coraje y la desfachatez de opinar sin vergüenza sobre cualquier tipo de tema. La tertulia, en un tiempo en que el estrés social llega a extremos alarmantes a causa de los escándalos políticos y la crisis económica, actúa como un acelerante en una combustión, perturba el bienestar de los ciudadanos, les hace entrar en la dinámica de la demagogia, la intolerancia y el frentismo. En una tertulia se transfigura la realidad, se sobredimensiona el valor de los hechos, se confunde a la audiencia con informaciones equívocas y, en la mayoría de los casos, se miente descaradamente en aras del impacto televisivo, de la frase ocurrente, del chiste facilón. La mayoría de las tertulias televisivas tienen un marcado color político y los invitados responden a una ideología común y bien marcada, aunque pueda haber matices, lo cual no es óbice para que los contertulianos compitan entre ellos en imbecilidad y mala educación. El clímax de estas tertulias se alcanza cuando se invita a un político afín a los tertulianos, que generalmente queda abducido por la atmósfera de confrontación y empujado a escupir afirmaciones que en condiciones normales no se atrevería a vomitar ni en la intimidad de su retrete.

Me gustaría que el medio televisivo recuperara el formato del debate ordenado y docto enfrente del de la tertulia inculta y cafre. El debate puede ser intenso y apasionado, pero debe ser protagonizado por personas educadas, civilizadas y de solvencia contrastada que sepan del tema del que se habla. Reinstaurar el debate y eliminar las tertulias contribuiría al bienestar psíquico de los ciudadanos y fomentaría y renovaría su espíritu democrático.

Manuel Azaña afirmó en su día que si en este país cada español hablara de lo que sabe y sólo de lo que sabe, se haría un gran silencio nacional que los más podrían aprovechar para pensar o estudiar. Apliquemos todos esa estrategia y que el silencio nos permita pensar, estudiar y juzgar con imparcialidad y tolerancia.

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