El mundo es un volcán

Lo que puede hacer que se malogre el pacto nuclear con Irán

Está claro quien gana con el acuerdo nuclear al que Irán ha llegado con los países del 5+1 (Alemania y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU): todos los firmantes, la Unión Europea y la paz y la estabilidad en la región más explosiva del planeta. Si hubiera que individualizar méritos, cabría destacar tres nombres: Barak Obama que,  cuando embarranca su reforma sanitaria, tiene la oportunidad de apuntarse un gran éxito en política exterior que evite que su presidencia quede marcada por el estigma del fracaso y la decepción; Hasán Rohaní, cabeza visible del viraje que puede rescatar a la república islámica de la condición de apestado y, al mismo tiempo, elevar el nivel de vida de una población duramente castigada por las sanciones económicas; y Catherine Ashton, cuya diplomacia discreta ha sido clave para alcanzar el pacto y que, con ello, ha rescatado por una vez de su irrelevancia a una UE incapaz en los últimos años de marcar su impronta en la escena internacional.

Por otra parte, si solo se tuviesen en cuenta las reacciones al compromiso provisional alcanzado en Ginebra, se diría que hay dos países perjudicados en sus intereses nacionales –Israel y Arabia Saudí- y otro cuya clase política está dividida: EE UU. El caso más notorio es el del Estado judío, cuyo primer ministro, Benjamín Netanyahu, advierte de que no se siente obligado a cumplir el acuerdo, lo que significa que mantiene su amenaza de emprender una acción militar para destruir las instalaciones atómicas iraníes. Llega a hablar de "error histórico", pero eso es justo lo que supondría desmarcarse de la mejor oportunidad que ha existido desde el triunfo de los ayatolas en 1979 de mantener con Irán una relación cercana a la normalidad y alejada de la peligrosa retórica bélica.

Aunque el miedo a Irán está tan sólidamente implantado en la sociedad israelí que dificulta un análisis objetivo, tampoco faltan las voces que instan a actuar con moderación y pragmatismo, que consideran una insensatez que Netanyahu siga con la escopeta cargada y movilice el lobby judío para lograr que el Congreso de Estados Unidos adopte nuevas sanciones. Pero el clamor contra el acuerdo de Ginebra no es unánime. Así, el comentarista Barak Ravid sostiene en Haaretz que el compromiso es "razonable", incluso "bueno" para los intereses israelíes, ya que, por primera vez en una década, congela el programa nuclear iraní, establece un estricto régimen de inspecciones internacionales para impedir que se reactive, y permitirá desmantelar algunas de las partes del mismo que más alarmaban al Estado judío. Aún más, en la práctica Irán acepta la asimetría que supone no tener derecho a poseer el arma atómica, mientras que su gran enemigo no solo las almacena en grandes cantidades –quizás hasta 200- sino que no deja dudas de que las utilizaría llegado el caso.

En realidad, los intereses israelíes (y de rebote los saudíes) han sido bien   defendidos en Ginebra, aunque por delegación, de tal forma que el documento final, diga lo que diga Netanyahu, es beneficioso para el Estado judío en lo que respecta a la cuestión nuclear, aunque le perjudique en el sentido de que eleva la estatura internacional y regional de Irán.

En esta coyuntura, la opción militar israelí, más allá de las bravatas del primer ministro, puede darse por descartada, al menos mientras se vayan cumpliendo los términos del pacto alcanzado la madrugada del domingo. Ejercerla supondría un peligroso aislamiento, sobre todo si, como sería lo más probable, no contase con el apoyo de su principal aliado, Estados Unidos, el único que, desde 1967, ha hecho posible que ganase todas las guerras y que ni siquiera utiliza al máximo su capacidad de presión para forzarle a alcanzar una paz justa con los palestinos.

El acuerdo de Ginebra puede descarrilar también en Estados Unidos, el país cuyo presidente más lo ha impulsado. Numerosos congresistas demócratas y la gran mayoría de los republicanos amenazan con boicotearlo, empezando a comienzos de diciembre con la propuesta de un nuevo paquete de sanciones económicas a Irán, que dejarían en agua de borrajas el alivio decidido en Ginebra. Para ellos, todo lo que no sea el desmantelamiento total del programa atómico iraní es un pésimo negocio. Además, temen que se esté dando alas a Teherán, en detrimento de los aliados tradicionales de EE UU en Oriente Próximo (Israel y Arabia Saudí), lo que, en su opinión, perjudica la influencia norteamericana en la región. La reciente decisión de Obama de atajar el filibusterismo que permitía a la minoría del Senado bloquear nombramientos clave ha enfurecido a los republicanos, dispuestos a cobrarse cumplida venganza en cuanto tengan ocasión. Y el contencioso iraní es la que tienen más a mano.

El presidente podría vetar esas eventuales sanciones, pero no sin un alto costo político, precisamente cuando el crédito se le agota y su popularidad se hunde tras el último fiasco sobre la reforma sanitaria, que atrasará –o algo peor- su efectiva entrada en vigor. La crisis de los rehenes en la embajada norteamericana en Teherán, iniciada en noviembre de 1979, arruinó la presidencia de Jimmy Carter. Paradojas de la historia: Irán, esta vez, podría salvar la de Obama... o arruinarla también si las cosas salen mal.

Si el pacto con Irán fuese definitivo, y sólo quedase pendiente el calendarío de aplicación y los mecanismos de supervisión, el optimismo estaría justificado. Pero no es así. Durante seis meses, los de vigencia del acuerdo provisional, mientras se negocia un complejo y delicado compromiso definitivo, pueden surgir numerosos obstáculos en el camino. Incluso en la república islámica, donde la euforia con la que se han recibido las noticias de la ciudad suiza puede esconder profundas diferencias internas. No es lo más probable, porque los iraníes, sin perder la cara, y sin renunciar a nada a lo que no hubiesen renunciado ya expresamente, ven por fin cercano el momento de superar el impacto empobrecedor de las sanciones, de recuperar un bienestar coherente con su enorme riqueza petrolera.

Y, por cierto, un consejo a los amantes de las teorías de la conspiración: vean el episodio 9 de la tercera temporada de Homeland, donde se trata de un plan de la CIA para lograr un acuerdo satisfactorio con Irán. Pura ficción, una idea surgida de la mente calenturienta de unos buenos guionistas. ¿O no?

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