El tablero global

Choque de trenes: Obama se enfrenta a Netanyahu

Hace tres semanas, en la fiesta del 100 cumpleaños de su padre (el historiador sionista Benzion Netanyahu), el primer ministro israelí aseguró que su progenitor predijo los ataques terroristas del 11-S a mediados de los noventa. Lo que no recordó es que años después él mismo (Binyamin) aseguró en la Universidad Bar-Ilan: "Nos estamos beneficiando de los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y de la guerra de Irak, porque eso ha inclinado en nuestro favor a la opinión pública estadounidense".
Mucho menos repetiría hoy –aunque la comparta– la convicción proclamada por su padre al diario judío Ma’ariv el año pasado: "La solución de los dos estados [palestino e israelí] no existe, porque aquí no hay dos pueblos; hay un pueblo judío y una población árabe... No hay un pueblo palestino y por tanto no se puede crear un Estado para una nación imaginaria. La única solución al conflicto es la fuerza y un régimen militar".
El jefe del Gobierno de Israel fue educado en esa doctrina por su padre y por sionistas radicales como Zeev Jabotinsky y Menahem Begin, y no renunció a ella –si es que lo ha hecho– hasta el pasado junio, cuando aseveró en ese mismo campus de Bar-Ilan que aceptaría un Estado palestino bajo ciertas –y muy estrictas– condiciones. Pero en lo que nunca ha cedido es en lo que ahora finalmente se ha transformado en un casus belli entre aliados: la continuada, incluso acelerada, colonización judía de los territorios árabes ocupados y, sobre todo, de Jerusalén Este.
En realidad, los anuncios presuntamente conciliadores del Gobierno de Netanyahu, como una supuesta congelación temporal de los asentamientos (excluidas las construcciones ya en marcha y las del Jerusalén árabe), no han sido más que subterfugios; parte de una astuta estrategia diseñada para aliviar la presión internacional sobre Israel sin hacer verdaderas concesiones a los palestinos. Ya que tampoco puede hacerlas, so pena de que se desmorone su coalición de gobierno con los partidos ultraderechistas, a los que prometió no sólo sellar la anexión del Jerusalén oriental como "capital indivisible" de Israel, sino también conservar el control militar sobre el valle del Jordán (encerrando a la futura Palestina en un sandwich inviable), inyectar más fondos públicos en las colonias judías tras los diez meses de parón y hasta recalificarlas como "zonas de prioridad nacional".
Durante meses, Netanyahu plantó cara a las demandas del nuevo presidente estadounidense y acabó por dar la impresión de que el primero en pestañear fue Barack Obama, puesto que se acabó tragando su exigencia de que se pusiera fin de verdad a la expansión colonizadora israelí. El inquilino de la Casa Blanca parecía demasiado agobiado por sus desafíos en política interior –sobre todo, la reforma sanitaria– como para mantener tan duro pulso exterior.

Pero Obama es tanto o más porfiado que Netanyahu. Igual que se dio por enterrado su plan de salud tras perder su supermayoría en el Senado, pero lo resucitó y llevó hasta la victoria con maniobras sin precedentes como la mesa redonda con los republicanos transmitida en directo por TV, el presidente de EEUU está ahora demostrando una tenacidad que ha puesto al Gobierno de Netanyahu contra las cuerdas... y a la más firme alianza de la posguerra mundial, al borde del abismo.
Aaron David Miller, veterano diplomático y analista del Centro Internacional Woodrow Wilson, sostiene que no hay trasfondo maquiavélico en este auténtico choque de trenes entre dos poderosos paladines, sino que sencillamente Bibi ha logrado sacar de sus casillas a quien recibió el mote de No Drama Obama y ahora asistimos a los peligrosos resultados de la colisión.
Los asesores del presidente admiten que está fuera de sí, porque se considera engañado por Netanyahu, y advierten de que este último parece no darse cuenta de hasta qué punto el hombre más poderoso del mundo ha montado en cólera. Algo que asusta hasta a comentaristas israelíes como Anshel Pfeffer, quien criticó duramente al primer ministro en el diario Haaretz porque "ha conseguido en sólo un año de mandato hundir a profundidades inusitadas la relación esencial de Israel con EEUU. La alianza que constituye el mayor capital estratégico de nuestra nación, incluso más crucial que el profesionalismo de nuestro ejército, que el tratado de paz con Egipto y hasta más que las armas secretas del apocalipsis que puede que tengamos (o no) ocultas en algún lugar".
Netanyahu siempre ha querido presentarse como un nuevo Churchill que alerta al mundo del inminente peligro global de un enemigo poderosamente armado; en este caso, un Irán equipado con armas nucleares. Pero el resultado de sus actos, encaminados a mantenerse en el poder a cambio de concesiones a sus aliados ultras, sólo agrava aún más los riesgos para Israel.
Y Obama se ha dado cuenta de la verdadera motivación de Bibi.

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