Tierra de nadie

Nuevo acto de la tragedia griega

La democracia da tanto miedo que el anuncio de un referéndum para que los griegos se pronuncien sobre su plan de rescate puso ayer de los nervios a toda Europa y hasta el ministro de Finanzas heleno, Evangelos Venizelos, empezó a sufrir retortijones de tripa y tuvo que ser hospitalizado. ¿Renunciarían los griegos a este salvavidas que les garantiza nuevos y mayores recortes sociales, la intervención completa de su economía y, llegado el caso, la adjudicación del Partenón a la Coca-Cola en pública subasta? Es una posibilidad, ciertamente.

Ya se sabe que los griegos son muy mentirosos, que han vivido por encima de sus posibilidades, que nunca debieron entrar en el euro y que tendrían que ser castigados a comer musaca fría a perpetuidad. Aun así, incluso a los condenados a muerte se les permite expresar sus últimas voluntades y, en algunos casos, decidir si prefieren la guillotina o el garrote. Aquí hemos tomado algo de esa medicina y sabemos lo mal que sienta elegir a unos gobernantes que se asombran de la ingratitud de la gente cuando toman esas medidas dolorosas que nunca les afectan a ellos o a sus familias, y que, por supuesto, jamás estuvieron impresas en su programa electoral. Por cierto, ¿cuál será la tasa de paro en el círculo íntimo de los estadistas?

Descartada la opción de que Papandreu haya redescubierto la democracia ateniense o de que se haya arrepentido del acuerdo que suscribió, hay que suponer que teme un revolcón parlamentario, no ya por el rechazo de la oposición conservadora, muy culpable de la situación actual, sino por deserciones entre las filas del Pasok, lo que le dejaría en minoría. El referéndum se antoja, por tanto, como su única salida respetable. Sea cual sea la pregunta, lo que se trasladará a los griegos es si quieren o no seguir en Europa, y la presión será enorme para que digan que sí.

El pánico es comprensible. Con la túnica de Grecia se han tapado muchas vergüenzas; si el velo cae, lo hará también ese castillo de naipes al que ha quedado reducido el sueño europeo. Mejor que lo derriben los griegos que un estornudo de Standard & Poor’s.

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