Tierra de nadie

Graznidos de malos augurios

Después de escrutar el futuro en las entrañas de un besugo a la espalda, el oráculo de Delfos reubicado en Bruselas ha determinado que España no crecerá lo previsto, esquivará la recesión por un suspiro, seguirá fabricando parados en 2012 y no cumplirá los objetivos de déficit previstos. A tenor de sus recomendaciones, es algo más que evidente que a la Comisión Europea eso del crecimiento y el paro se la traen al fresco, pero con el déficit es inflexible y aconseja más recortes, aunque ello signifique poner plomo en las alas a la economía y exija ampliar la memoria RAM del INEM antes de que colapse.

Obra en nuestro favor que los burócratas de la UE no han tenido en cuenta que una vez nos quitemos de en medio a Zapatero el cuento cambiará una barbaridad. Está claro que si el nuevo presidente es Rubalcaba no tendrá problemas para convencer a Merkel y a Sarkozy de que amplíen en dos años el ajuste fiscal, y, en la misma carambola conseguirá que el BCE baje todavía más los tipos de interés. En el caso de que el elegido fuera Rajoy, será tal el tsunami de confianza que desencadene que el empleo crecerá como la espuma y con él la recaudación tributaria en cantidad suficiente para ir sobrados con el déficit público, el privado y el mediopensionista.

¿Que qué ocurrirá si, por imponderables, la varita mágica del designado por las urnas se rompiera y hubiera que llevarla al ebanista? Pues que tendría que recortar a pelo los más de 20.000 millones de euros que, en el mejor de los casos, serían necesarios para que el desfase entre ingresos y gastos no supere el 4,4% del PIB comprometido, y todo ello sin que nuestro Estado del Medioestar, que diría Gaspar Llamazares, termine siendo el del sinvivir, o al menos eso se nos promete.

Ignoramos cómo puede llevarse a cabo una poda semejante de gastos sin que afecte a los servicios públicos esenciales, porque si las cuentas no cuadran con los nuevos impuestos que promete Rubalcaba, menos aún bajando los existentes como insiste Rajoy. El único consuelo es que no tendremos que apretarnos más el cinturón porque habremos perdido hasta los pantalones.

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