Tierra de nadie

Aguirre no paga traidores

Los romanos sí que sabían celebrar los victorias. La derrota de los dacios, por ejemplo, sirvió a Trajano de excusa para decretar cuatro meses y medio de francachelas por todo el Imperio, celebraciones en las que no se reparó en gastos ni en gladiadores. Con eso de la austeridad, la del PP el 20-N se limitó a alternar a todo trapo el waka waka de Shakira con Paquito el Chocolatero, y ha habido que esperar tres días para que Esperanza Aguirre echara a los leones a Francisco Granados, un cristiano del que no se fiaba un pelo. Paradójicamente, todos los vencidos conservan la cabeza sobre sus hombros y uno de los ganadores pierde la suya.

De la decapitación de Granados como secretario general del PP de Madrid, del que Aguirre hubiera podido librarse sólo unos meses después en el congreso regional, cabe deducir que temía que le estuviera haciendo la cama por persona interpuesta, con lo puntillosa que es esta mujer para los embozos. En definitiva, la lideresa sospechaba o tenía acreditado que Granados había digerido mal su destitución como consejero y se había pasado al enemigo, que en el caso de doña Esperanza no siempre es el PSOE sino Rajoy. Formalmente, Granados es relevado para dar un nuevo impulso a un partido que ha ganado las elecciones en Madrid con el 50,84% de los votos, y el ajusticiado se lo agradece de corazón.

La maniobra de Aguirre revela cierta debilidad y acrecienta la sospecha de que el silente líder del PP y presidente electo ha empezado a arrancar algunas briznas de hierba bajo sus pies y el día menos pensado es capaz de pasarle la segadora. Hasta ahora se había limitado a atender a sus víctimas y a lamer sus heridas, bien con puestos en Génova o en la listas al Congreso. Aguirre, entre tanto, hacía lo propio con los críticos de Rajoy, en una lucha a brazo partido para que ningún dirigente del PP quedara en el paro obrero.

La presidenta madrileña es muy romana en eso de no pagar traidores, pero va camino de convertirse en la Asterix de una aldea gala, rodeada de marianistas atiborrados de la poción mágica del poder. Nos vamos a divertir con los mamporros.

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