Tierra de nadie

Rubalcaba y el canto del cisne

No es un secreto que el PSOE sigue muy enfermo y que, si de un paciente de hospital se tratara, muchas de sus últimas crisis habrían obligado al personal sanitario a extender en torno a su cama esa temible cortinilla cuya función, más que dar intimidad al agonizante, es evitar que al operado de apendicitis de al lado se le atraganten las dos galletas del desayuno.

Esperando el fatal desenlace se produjo este domingo un hecho sorprendente del que, por el momento, se ignora si responde a esa súbita mejoría que experimentan los moribundos para desconcierto de sus allegados o si, por el contrario, es el primer signo de que los socialistas han pospuesto el viaje al otro barrio y procede aplazar sine die los preparativos del entierro y las lágrimas de la viuda. Sea como fuere, ayer se pudo ver a Rubalcaba respirar de forma autónoma y salir del coma. El tiempo determinará si hay esperanzas.

Dirán que, a la vista de los últimos sucesos, no tiene mucho mérito auparse a la tribuna y pedir la dimisión de un presidente de 42 pulgadas que jura que todo es falso y que los únicos sobres que se han recogido en el PP son los del buzón de correos, pero el atrevimiento tiene su importancia viniendo de un partido que lleva un año tratando de pasar desapercibido, avergonzado de presentarse a una fiesta de etiqueta en vaqueros y con los zapatos manchados de barro.

Más allá de la contundencia en exigir a Rajoy que, por el bien del país, ceda su puesto a otro dirigente del PP –con las dificultades que entraña a estas alturas encontrar alguna persona justa en la Sodoma de la derecha-, la solemnidad de la declaración de Rubalcaba parecía incorporar otro elemento para el consumo interno de su militancia: se acabó la fase de expiar pecados, de entender que el único aliado posible es el olvido y de que todo es inútil hasta que las cejas circunflejas de Zapatero sólo constituyan un neblinoso y lejano recuerdo en la memoria colectiva de los ciudadanos.

Por primera vez en mucho tiempo, el líder de la oposición ejerció como líder y como oposición, y eso es todo un acontecimiento democrático. Lo antinatural, lo grotesco es que el representante de siete millones de votos se presente en la sesión de control parlamentario de la pasada semana y tema denunciar sin tapujos la corrupción del adversario por si el presidente de plasma saca del establo a Mulas y a la bien pagá de su santa.

La virtud de Rubalcaba, por tanto, no fue pedir la dimisión de Rajoy sino demostrar que no es una simple sombra que huye del sol para no ser descubierta y que, finalmente, el PSOE va dejando atrás sus complejos. No es posible eliminar el gigantesco borrón de la acción de Gobierno exhibiendo un folio en blanco como única tarea de control al Ejecutivo. ¿Cómo va a confiar la sociedad en un partido que no confía en sí mismo?

Falta saber si estamos ante un firme propósito de enmienda o ante los ecos del canto del cisne. O el PP siente en el cogote el aliento de los socialistas o es que estos chicos ya no respiran. He ahí el dilema.

 

Más Noticias