Tierra de nadie

El paripé del comité de sabios

Desde Napoleón, que era bajarse del caballo y parir una frase para la posteridad, se había establecido que la mejor forma de que un asunto se demorase sin solución por los siglos de los siglos era dejarlo en manos de una comisión, preferiblemente de notables. El sistema se ha perfeccionado con el tiempo y los comités tienen ahora una función más sutil. Sirven para que uno haga lo que le venga en gana, ya sea atribuyendo la idea a los sabios de turno a los que previamente se ha aleccionado, o enmendándoles la plana para demostrar que no son ellos los que gobiernan. Son, en definitiva, la excusa perfecta.

Esto es lo que ya ha empezado a hacer el Gobierno con la reforma tributaria diseñada por sus expertos de cabecera, cuyo informe era tan predecible como el frío en el Himalaya. Consiste esencialmente en compensar la reducción de impuestos directos con el aumento del IVA, y ya de paso cargarse de un plumazo la progresividad fiscal al reducir de siete a cuatro los tramos del IRPF. A eso lo llaman simplificar.

La reducción de tramos es una vieja cantinela que en su día tarareó incluso el PSOE cuando propuso un tipo único, que hizo pasar a Rato, entonces ministro de Economía, por bolchevique. La regla es sencilla: a mayor número de tramos mejor puede ajustarse la tributación en relación a la renta; reducirlos favorece esencialmente a las rentas más altas y deposita el gran peso de la carga tributaria en las clases medias, lo cual, por otra parte no es ninguna novedad.

Toda la reforma está pensada para que los más pudientes sean más felices. Aunque el informe no lo dice directamente, la idea no es sólo dejar por debajo del 50% el tipo máximo de los contribuyentes con más rentas sino acercarlo al 44% (que se presenta como la media de la UE), lo que supondría una rebaja de hasta ocho puntos. Simultáneamente, se plantea eliminar el impuesto del Patrimonio que, a falta de un gravamen sobre grandes fortunas, es el único tributo que se dirige esencialmente a los ricos.

Para hacer posible todo ello sin que se resienta la recaudación, los lumbreras de Montoro proponen subir el IVA a cascoporro, de manera que buena parte de los bienes incluidos en su tipo reducido del 10% -la cesta de la compra mayormente- pasen a tributar al 21%. O sea, que al parado y al millonario les subirán los yogures y pagarán lo mismo por sus bífidus activos.

El tema de las cotizaciones sociales es definitorio. ¿Cómo conseguir que las empresas paguen menos a la Seguridad Social? Subiendo el IVA general y, al tiempo, haciendo que los trabajadores paguen más. Se sugiere en este sentido que no haya topes por categorías laborales y sustituir el actual sistema por un impuesto sobre las nóminas, de manera que cada trabajador cotice en función de todos sus rendimientos.

El modelo económico que dibuja la reforma es perverso. El crecimiento económico se confía a las exportaciones, que no está afectadas por la subida del IVA. Y para favorecer la competitividad de estas empresas se institucionaliza la precariedad con reducciones de cotizaciones adicionales para los empleos peor pagados y de peor calidad. En resumen, el trabajo basura tendrá premio de Hacienda.

Tal es el disparate fiscal en el que vive este país que lo más progresista del informe es la reducción del impuesto de sociedades en dos tramos hasta el 20%, y ello porque al mismo tiempo se pide eliminar todas las deducciones e incentivos que provocan que el tipo efectivo de una multinacional no llegue en la actualidad al 4%.

Antes de dar por buena la filosofía general emanada de sus expertos, el Gobierno corrió a desmarcarse de una sola de las propuestas del comité: la de imputar como renta en el IRPF la vivienda habitual. Se lograba así transmitir la impresión de que la comisión ha sido muy independiente pero que el Gobierno no se dejará arrastrar por sus conclusiones, cuando lo evidente es que nada ha debido de hacerse sin el plácet de Montoro.

Resulta curioso que fuera  el propio sabio en jefe, Manuel Lagares, quien al frente de otra comisión de expertos en el año 1998 propuso y logró que la vivienda habitual dejara de tributar en el IRPF,  justamente lo contrario de lo que plantea ahora. ¿Alguna prueba más del paripé?

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