Tierra de nadie

Elogio de Íñigo Errejón y de los perdedores

La buena literatura se hace con perdedores y, a veces, también la política. Los hay que desarrollan su propia mística y provocan una atracción irresistible, mayor incluso que la de sus luminosos reversos. El mundo no se entendería sin ellos. Ha habido perdedores a caballo, como el ingenioso hidalgo de Cervantes, a pie y con bastón, como Charlot, y hasta con puesto ambulante de salchichas, como el Ignatius Reilly de Toole. Bartleby, el escribiente de Melville, también lo era, y, por supuesto, Drago, el teniente de El Desierto de los Tártaros que vio cómo se le escapaba la guerra tras esperarla 30 años.

Más aún que Alfonso Guerra, que en realidad nunca fue derrotado porque jamás osó dar una batalla a campo abierto, el gran perdedor de la historia reciente del PSOE fue Luis Gómez Llorente, el hombre que se atrevió a discutir el pragmatismo de Felipe González hasta obligarle a una retirada táctica tras la que lograría erradicar el marxismo de los estatutos del partido. Desde el ostracismo al que se sometió por voluntad propia, el profesor Gómez Llorente encarnó como pocos la dignidad del derrotado.

Los últimos acontecimientos en Podemos han acercado levemente a esta categoría a Iñigo Errejón, que este lunes reaparecía tras su silenciosa pasión para manifestar que su lealtad al proyecto está por encima de sus diferencias con Pablo Iglesias y de las decisiones del secretario general que no comparte, entre ellas la destitución fulminante de su mano derecha Sergio Pascual. "El proyecto que nos ha traído hasta aquí merece altura de miras", explicaba después en su retorno a las redes sociales.

Errejón es el dirigente más brillante de Podemos. Como se ha dicho aquí en alguna otra ocasión, pocos como él son capaces de elaborar un discurso propio expurgado de simplezas y maniqueísmos. Tendrá cara de niño pero hilvana los pensamientos más maduros, los únicos con verdadero anclaje real en una organización que pasado algún tiempo tendrá que dejar de corretear por las nubes y disponerse al aterrizaje.

Si en algún momento se pensó que su misión era oficiar de escudero del caballero idealista que se enfrentaba a los gigantes del poder, la realidad ha trastocado los papeles hasta el punto de que Sancho se nos ha hecho bastante Quijote y viceversa, porque el de la triste figura no parece dispuesto a que sea otro el que administre Barataria.

Aun sin desarrollar, el modelo "federalizado" que plantea Errejón para Podemos, con mayor implicación territorial de los cargos públicos, viene a dinamitar el hiperliderazgo que hasta ahora ha exhibido, con un único general al mando de la "máquina de guerra electoral" y cabos furrieles diseminados por las distintas plazas fuertes.

La organización que insinúa debe ser capaz de atraer a los que aún faltan, y para que ese movimiento popular sea capaz de alcanzar el poder sugiere aplicar la transversalidad de la que se alardeaba en sus orígenes. La suya es la visión pragmática de quien es consciente de que el cielo queda muy lejos para ser asaltado y que el mero hecho de hacer lo que se pueda y lo que te dejen ya constituye un triunfo.

Obviamente, no todos los perdedores son iguales. La inmensa mayoría son empujados a la derrota por las circunstancias y sólo unos pocos alcanzan la grandeza por una elección consciente. En política abundan los primeros y escasean los que eligen el fracaso a la complicidad, quizás porque en ese oficio no es extraño morir varias veces y resucitar otras tantas. Lo difícil es hacerlo con la debida dignidad.

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