Tierra de nadie

La crispación y los churros

Analistas y medios, que no son dos caras de la misma moneda sino que suelen ser monedas distintas con caras idénticas, han determinado sin ningún género de dudas que la crispación ha vuelto pero siguen sin ponerse de acuerdo sobre quién será el beneficiado de este clima guerracivilista que periódicamente aterriza sobre el debate político. Los hay que opinan que la agitación es un boomerang que siempre acaba por golpear en la cabeza de sus promotores, los que estiman que serán las instituciones las que sufrirán el desgaste, los que creen que las descalificaciones gruesas afianzan liderazgos y hasta los que defienden que mentar a gritos la madre del adversario es muy democrático porque en las dictaduras siempre se habla en voz baja.

Mientras Tezanos se encarga de que el CIS recoja esta tensión en sus próximos barómetros y su ‘cocina’, que ahora es un buffet frío, aliñe un sondeo aún más surrealista que convierta el PP en partido extraparlamentario, el peligro es que convulsión se traslade a los bares y uno no pueda tomarse a gusto el café con churros porque el parroquiano de al lado llame golpista al camarero cuando cambia el canal de la tele y éste le responda que teme morir fusilado a sus manos contra la pared de la máquina de tabaco.

En algún momento se propuso aquí que la política siguiera el ejemplo de los anuncios de coches y advirtiera a los ciudadanos de que lo que contemplan es una dramatización realizada por especialistas y que deben desistir de intentar técnicas similares sin la supervisión de profesionales. Es decir, que lo que ven y escuchan es teatro del malo, y que han de evitar verse embaucados en una siembra de vientos en la que sólo pueden recoger tempestades.

A mayor escala, los efectos pueden verse en Brasil donde un ultra ha llegado a la presidencia para cumplir, según ha dicho, una misión divina; en EEUU donde lo que ha llegado es un flequillo diabólico; o, incluso en Italia, que no dio importancia a que en su día un desequilibrado le pusiera a Berlusconi la cara como un puzzle tras arrojarle una miniatura del Duomo de Milán, y ahora  tiene a otros tarados en el Gobierno, especialmente en el Ministerio del Interior.

De la crispación se ha abusado mucho por estas latitudes y casi siempre con el PP en la oposición, quizás por esa tendencia suya de considerar ilegítimo todo lo que no sea que uno de los suyos decida el color de las cortinas de Moncloa. Ocurrió con Aznar y luego con Rajoy, y aunque no siempre les acompañó el éxito, culpar al oponente de toda suerte de calamidades, incluyendo la gota fría, o atribuirles conspiraciones paranoicas han formado parte inevitable de su estrategia para conquistar el poder. La situación actual es algo distinta porque existen más actores sobre el escenario y es difícil predecir quién saldrá fortalecido tras respirar la nube tóxica.

Los optimistas siempre confían en que la sociedad haya madurado y relativice esos mensajes cruzados que identifican como traidores o antipatriotas a todos aquellos que defienden ideas distintas. Los realistas, en cambio, han renunciado a los churros y han empezado a desayunar en casa con bollería industrial.

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