Malo Será

Crónica de una semana en Sol

- Hombre, ¿cómo estás? Hacía tiempo que no coincidíamos.

La mochila, portátil dentro, hace que el giro de mi cuerpo sea más costoso de lo habitual. Es Pablo. Cuánto me alegro de ver a alguien conocido después de cubrir una jornada electoral en Génova, 13. A Pablo lo conocí la madrugada del lunes 16 al martes 17, cuando los participantes de #acampadasol levantaron la primera caseta del campamento. La misma que luego desalojaría la policía. Nuestro primer encuentro sería alrededor de las 3.00 o 4.00 horas -no lo recuerdo bien-. Sé que, cuando todos empezaban a dormir, nos sentamos varias personas en la única mesa que había entonces. Hacía frío y nos resguardamos bajo un toldo. Un café, quizás dos. La memoria me dice que a esas horas -valiente de mí- llevaba encima una camiseta que apenas me protegía del frío. Pablo y una chica que le acompañaba me comentaron al verme: "Oye, si tienes frío tenemos ropa de abrigo y mantas en una tienda de campaña". "No, no os preocupéis", les contesté.

Lo cierto es que mentí. Mi cuerpo temblaba y mis dientes chocaban continuamente los unos con los otros. Siempre pequé de tímido. Pensaba que podía estar aprovechándome de gente que lo necesitaba más que yo. Para ser honestos, una hora más tarde me levanté para ver si quedaba algo de abrigo en la tienda. Ya no había nada. "Seré imbécil", pensé. Cuando volví a la mesa, hablamos. Por allí estaba también Willy Toledo. Fumaba un pitillo y le daba sorbos a un café con leche recién servido. Pablo me comentó que alguien les había robado un portátil. El que usaron durante la tarde para dar salida a la acampada a través de las redes sociales. La chica que se sentaba a su lado era la propietaria -no recuerdo el nombre-. Había que tomarse el asunto con humor, porque había perdido gran parte de su trabajo, que guardaba desde siempre en el disco duro de ese desaparecido Mac. Ella buscaba desesperadamente un móvil con conexión a Internet para poder cambiar la contraseña de su Facebook. "Fíjate, le roban el ordenador pero lo primero que piensa es en la contraseña del Facebook", dijo Pablo. Nos reímos.

Pasaban los minutos y uno a uno de los que estaban sentados alrededor de la mesa se iban levantando. Tenían sueño. Algunos se quedarían en la plaza y otros volverían al día siguiente. Pablo se levantó y se despidió. Buscó un hueco y se quedó a dormir allí. Yo, por mi parte, tan solo podía atender al crujido de mis dientes e intentaba convencerme: "Venga, si piensas que no hace frío, seguro que entras en calor". Imposible. En la mesa sólo quedábamos Willy y yo. Lo miré y le dije: "No puedo más, mañana volveré". Serían cerca de las 5.00 horas de la mañana y desconocía que empezaba una semana de poquísimas horas de sueño.

---

Siempre fui de dormir poco y desde que estoy en Madrid, más. A eso de las 10.00 horas del martes me levanté y lo primero que hice -gajes del oficio- fue mirar el móvil. Siempre hay algún correo interesante. Mi compañero de trabajo, Pablo Machuca, que está en el turno de mañana, me había enviado algo muy extraño: "¿Estás vivo?", preguntaba en un email. Pronto descubrí a qué se refería. Empecé a mirar los demás correos. La policía había desalojado Sol. "No puede ser", pensé. Apenas me dio tiempo a pegarme una ducha rápida y me dirigí a la plaza. Allí no había nada. No estaba el toldo ni la mesa en la que había estado sentado pocas horas antes. En su lugar, un furgón de la policía y cuatro agentes hablando con un joven. Me fijé en su cara. Era uno de los chavales que el día anterior había participado en la comisión de Extensión. "¿Cuántos años tendrá?", me pregunté a mí mismo. No venía a cuento. Hablé con él una vez terminó su charla con la nacional y me explicó lo que había pasado: "Llegaron pasadas las 5.00 horas, empezaron a levantar a la gente del suelo... Nos intentamos agarrar unos a otros pero fue imposible. Nos fueron llevando a las calles aledañas y solo nos dejaron pasar de pocos en pocos para coger nuestras pertenencias". "¿Y los demás?", inquirí. "En los juzgados de Castilla. Están esperando a los detenidos del domingo y a otro que cogieron esta mañana".

Sin dudarlo, avisé en el trabajo y dije que me acercaría hasta los juzgados. Una vez allí, lo vi claro. La policía había cometido un error. El desalojo iba a provocar que el número de personas se multiplicase considerablemente. En la plaza de Castilla, he de reconocerlo, observé a mucha gente que no había estado ni el domingo ni el día anterior en la Puerta del Sol. Serían los que luego escupirían y amenazarían a mis compañeros de prensa. Crucé la calle y no tardé mucho en encontrarme con Pablo. Me senté a su lado y le pregunté lo mismo que todo el mundo. "¿Qué pasó?". "¿Pero tú no estabas?", me dijo. Me sentí un poco culpable y respondí: "Marché poco antes, me moría de frío..." A pesar de mi respuesta, Pablo, ya portavoz de la iniciativa, me explicó con todo detalle lo que había sucedido. Mientras conversábamos, le abordaron un gran número de periodistas para que le hablaran del desalojo. Respondía a todos y todas sin descanso. Atendió llamadas de las radios, televisiones... "He hablado con tantos medios esta semana...", me comentó la madrugada del domingo 22 al lunes 23. Tras atender a todos, Pablo decidió abandonar los juzgados. Estaba cansado y además quería, al igual que los demás miembros de #acampadasol, desentenderse del grupo de personas que solo buscaban el enfrentamiento con la policía. Estaba agotado y se fue a dormir. Yo, por mi parte, y viendo que allí quedaba una mejor periodista de Público, Ana Requena, fui hasta la redacción. Me tocaba trabajar esa tarde, y todas las demás.

Fue el día de la primera gran concentración en Sol. Lo viví desde mi ordenador en la redacción web del periódico. Después de todo lo que había pasado por el día, no me acordaba de que Juan Cobo, otro de los portavoces del movimiento, había respondido a las preguntas de los lectores de Público.es. Lo había llamado el día anterior por la noche para proponérselo. Recuerdo que, cuando le dije que podía venir en taxi, su respuesta fue: "No, voy en transporte público. Aunque esté lejos y tarde más, debo usarlo". Cuántas veces hablaría con Juan esa semana. Incontables. Su teléfono, el de Pablo y alguna vez el de Lidia han tenido que arder por mi pesadez. Que si cuántos estáis en la plaza. Qué vais a hacer. Cuándo es la próxima asamblea. Dónde. Por qué. Cómo. Ninguno me negó jamás una palabra.

La noche del martes fue la primera gran noche. Las horas en las que se comenzó a levantar lo que ahora conforma casi una pequeña ciudadela. Nacían los stands de comunicación, infraestructuras... La gente empezaba a ver lo que se avecinaba. Y no era poca cosa.

---

Miércoles, jueves, viernes y sábado pasaron por mi mente y por mi cuerpo sin descanso. Los esfuerzos por repartir los días y qué pasó en cada uno de ellos son casi en vano. Las pocas horas de sueño, las noches en la plaza y la gran cantidad de personas con las que hablé se reparten en un periodo de más de 72 horas en las que soy incapaz de colocarme. Recuerdo que conocí a otra redactora del periódico, Paula Díaz, de la sección de Actualidad en la versión impresa. Había compartido unas impresiones con ella el martes -quizás el lunes- por la noche en el metro de vuelta a casa, si la memoria no me falla. Ella fue la que me facilitó varios contactos de los portavoces de la acampada. Se pasó allí horas que se convirtieron en días.

Por mi cabeza pasan volando varios momentos cumbre: prohibición de la Junta Electoral Provincial de Madrid, ratificación y prohibición de reuniones por parte de la Junta Electoral Central, concentraciones de más de 20.000 personas, inicio del hashtag #publicoensol... Los días y las noches eran interminables. Y yo era incapaz de terminar. El viernes por la noche fue el día que más tiempo pasé en la plaza. Llegué a eso de las 0.00 horas. Quedé con Paula allí, luego con Carlos y con Sergio, otros compañeros del trabajo. Paula fue la primera en marcharse. Llevaba unos días sin descanso. Carlos, Sergio y yo, después de dar una vuelta por la plaza, acordamos separarnos. Nos iríamos cada uno a su casa. No mentimos en el momento, aunque al día siguiente nos enteramos de que cada uno se había quedado por su cuenta. Y nos llevamos bien, solo que la acampada nos atrapó mientras cogíamos caminos opuestos. Yo me dirigía hacia Alcalá -ni siquiera sé por qué, a mi casa no se sube por allí- y me topé con el muro de las tarjetas rojas del edificio de Tío Pepe. Me enganché durante varias horas, cepillando cada post-it. Henrique Mariño, que las noches anteriores también había estado allí, me mandó un correo. Iba a bajar hasta la plaza. Decidí esperarle. Quedamos en Sol hasta las 11.00 horas de la mañana. Una fotografía de Fernando Sánchez lo prueba, aunque no debería hacerse pública. Nuestras caras, por decirlo de algún modo, delatan el cansancio.

La plaza siguió su nueva vida. Incluso pasó sin problemas la jornada de reflexión. La noche del domingo demostraba claramente el trabajo de una semana sin descanso. A las 2.00 horas de la madrugada del lunes 23, el silencio reinaba en la Puerta del Sol. La mayoría de la gente descansaba. Yo llegué después de una intensa jornada electoral en Génova. Mi primera jornada electoral en una sede de partido. Génova, Castellana, Cibeles, Gran Vía, Callao, Sol. De camino me topé con curiosidades como un autobús destino La Peseta frente al palacete de Gallardón con el Banco de España al otro lado. En la acampada, se respiraba tranquilidad. Gracias a eso pude escuchar:

- Hombre, ¿cómo estás? Hacía tiempo que no coincidíamos.

Apenas nos habíamos visto uno o dos días. Hablamos algo más, pero todo por teléfono. Sin embargo, Pablo y yo charlamos como si nos hubiésemos visto después de años de acampada. Recordamos con humor el primer día y aquel toldo que nos protegió -a unos más que a otros- del frío. Hablamos algo más de media hora, ya no como portavoz y periodista, sino como conocidos que apenas se conocen. Intercambiamos posturas acerca de la acampada. ¿Qué pasará ahora? Pablo es doctor en Biología. Ahora está en paro. "Va a ser difícil imaginar Sol sin todo esto", le dije. "Sí, parecerá que todo fue un sueño", me respondió. Me habló de proyectos de futuro. De asambleas en los barrios y de esperanza por cambiar. "Bueno, me voy al otro lado", dijo cerrando la conversación.

Esa noche, Sol descansó tranquilo. Yo, de nuevo, quedé con Henrique en la biblioteca de la acampada. Antes, había marchado a casa corriendo porque mi cuerpo estaba realmente agotado. Dos plátanos, yogurt y vuelta a las andadas. Serían las 4.45 horas de la mañana cuando, mientras Henrique tuiteaba con su ordenador sentado sobre una silla, yo me recostaba sobre la moqueta intentando mantenerme firme. Como la primera noche que pasé en Sol, comencé a temblar. Esta vez no por el frío. Era agotamiento. Físico y mental. Me costó decidirme. "Henrique, tengo que marchar, estoy que me va a dar algo...", le espeté a mi compañero. "¡Pero si acabas de volver!", me contestó. Tras explicarle como estaba, marché.

Casualidades de la vida, terminé la semana igual que la había empezado. Temblando al llegar a casa. Esta última noche, sin embargo, nadie desalojó la plaza.

---

Puedes seguirme en Twitter: @hectorjuanatey

Más Noticias