Entre leones

Afectos de barrio

Como es Navidad, voy a cambiar de tercio y pasaré de comentar la actualidad política. Con tanto aliño por todas partes, hay más ruido que nueces. Me explico: demasiadas portadas destacando que el PSOE dobla el pulso al PP a golpe de PNL, que es lo mínimo que se despacha en la cosa legislativa. Pero bueno, los artistas del alambre que rigen los destinos de los sociatas están encantados de hundir la nave socialista hasta el infinito y más allá y por fascículos de El País.

Pero lo dicho, quiero relatarles algunos afectos personales que llevo cosidos al corazón y que tienen que ver con el barrio, con el barrio que todos llevamos dentro.

El primero de ellos tiene que ver con la figura de Manuel Vázquez Montalbán. En 2003, con apenas 64 años, el corazón le falló en el aeropuerto de Bangkok y ahí se paró la mejor maquina de escribir mucho y bien que ha conocido España, la España de los españoles, no la España una, grande y libre que todavía pervive en el subsuelo del PP.

Yo estudié periodismo gracias a él, a sus libros, a sus artículos, a su palabra. Y también milité en el PCE; bueno, él en el PSUC, que era la gran casa de los comunistas catalanes.

Días atrás, trece años después de su fallecimiento, la memoria de Vázquez Montalbán  ha regresado a su barrio, a esa patria única y verdadera que existe, a las cuatro esquinas donde se meaba cuando era chico.

En el Raval, el antiguo barrio chino de Barcelona, está la Biblioteca Cataluña, y allí está ya vivita y coleando la memoria de Vázquez Montalbán: manuscritos y primeras versiones a máquina de sus obras de distintos géneros con anotaciones y otros textos, cartas, artículos periodísticos, tesis y otros trabajos académicos, 136 documentos sonoros y audiovisuales, más de 600 fotografías y la biblioteca personal del autor, formada por unos 1.500 libros y 800 números de revistas como Sobremesa, Charlie Hebdo o Por favor.

Sin duda, en cuanto pueda, me acercaré en peregrinación hasta el Raval para contarle a Manolo lo duro que es ser huérfano de Vázquez Montalbán.

De vuelta al barrio, pero en este caso a mi pueblo, Guadiaro, que es un pueblo pero administrativamente una barriada de San Roque (Cádiz), me encuentro con que una paisana, María Parra, hija de Paquito Parra y Anamari Luque, un jardinero y una cartera, ha logrado todo un hito en el golf español: en apenas unos meses como profesional ha conseguido la tarjeta del LPGA Tour, del circuito americano.

María Parra se une a Juan Quirós y a Álvaro Quirós, dos guadiareños que triunfaron en este deporte en el circuito nacional y europeo en el pasado.

Todos proceden de familias humildes y juegan como los ángeles.

Sí, porque en mi pueblo el golf forma parte del ADN de albañiles, electricistas, pintores, jardineros, fontaneros, etc., que forjaron la leyenda del campo de golf de La Cañada en un erial del mismo nombre con palos de acebuche, golpe a golpe.

Me ha encantado leer en AS que María Parra, con la tarjeta del LPGA en su poder, se ha acordado de su familia y ha honrado ese origen humilde que le hace pegar más largo que nadie.

 

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