Entre leones

Vamos falar português por favor

 

Albert Rivera reapareció ayer en el Congreso de los Diputados tras un mes de vacaciones. Seguramente, habrá recorrido su chabola, mitad piso patera, mitad partidito gaditano, en el Paseo del Lago, sito donde solo los dioses pueden pagar un alquiler, hasta la Carrera de San Jerónimo en Metro, con trasbordo a tomar por culo y donde Dios perdió el mechero.

Es de suponer que Rivera, aparte de dar su teórica sobre lo mal que está España bajo el no acuerdo PSOE-Unidas Podemos, la mala gestión del Gobierno con el Open Arms, la imperiosa necesidad de aplicar en Cataluña el artículo 155 con la Legión para mantener el orden, el desastre de la financiación autonómica, hablará, digo yo, sobre el furor por los colegios concertados de su socia y colegita guay del Paraguay Isabel Díaz Ayuso, que amenaza a la educación pública madrileña con una gran unitaria y con enviar a los hijos de los currantes a servir o a emigrar,  y se pronunciará sobre los casos de corrupción que esperan al PP con todos ellos tostaditos vuelta y vuelta en los tribunales de justicia.

Pero este muchacho lo arregla con un red bulls o dos. Aunque no se puede abusar de esa bebida del F1, pichita.

En fin, puede con esto y con más. Estoy convencido de que después de salvar a España, incluido, por supuesto, Cataluña, Europa, la Amazonia y África, este supermán de la política española inaugurará el estadio de atletismo del Vallehermoso -su concejala de Deportes, Sofía Miranda, lo ha abierto al público estos días como si fuera una obra exprés de ella y de la ciudadana Villacís- corriendo los 100 metros lisos por debajo de los 9,79 de Ben Johnson.

Un crack este muchacho que bebe y bebe en los pechos de Casado y Abascal sin perder su porte liberal.

Y qué decir de Casado, que se ha dejado la barba para que sus hijos no lo reconozcan. Pues tendrá que enfrentarse a la presión de los barones del PP, que están deseando coger la morterá y que, en buena lógica, le dirán que se deje de pamplinas y se abstenga para que Pedro Sánchez pueda ser investido sin necesidad del apoyo de los independentistas.

Está claro, la pela autonómica es la pela autonómica y España es España, coño: dos pájaros de un tiro de escopeta nacional.

Es de suponer que si Casado no se muestra permeable a alguno de los barones más valientes se le pase por la cabeza llamar a Susana Díaz, Verónica Pérez y a toda su tropa trinara para que le enseñe el camino.

O a lo mejor no es necesario recurrir a las armas de destrucción masiva y con un simple toque del Ibex-35 bastaría para que Casado se bajara del burro.

¿Y qué decir de Pedro y Pablo? Yo no conozco a nadie de izquierdas que se precie –incluidos muchísimos militantes del PSOE- que quiera unas nuevas elecciones.

Bueno, algunos palmeros y pelotas sí se rasgan las ropas por sus respectivos artistas del alambre.

Pero la mayoría teme sobre todo que las derechas sumen, pero también les jode que las izquierdas no sean capaces de ponerse de acuerdo cuando las derechas se han entendido a las mil maravillas y ya andan recortando derechos y libertades y repartiendo carne mechá.

Desde hace algún tiempo estoy convencido de que Pedro Sánchez es Théoden atrapado por Saruman en su trono de Rohan, en el Señor de los Anillos.

Pero últimamente albergo la esperanza que Gandalf, ya con rango de blanco, irrumpa en Moncloa escondido en una caja de tomates y lo libere de los gachones que lo empujan de cabeza hacia un error histórico.

Si logran meter en fango al líder socialista, a buen seguro el PP les dará la gaviota de oro y un fin de semana en las Islas Caimán.

Pero con la propuesta de 300 medidas –quizás hay que aliñarla con algunos nombres afines a Podemos y a IU- que prepara, si le pone entusiasmo, convicción y algunas palabras públicas, puede convencer a Pablo Iglesias para que salga del bosque encantado de Poniente, allá en Juego de Tronos, donde está atrapado en el laberinto de un Gobierno de coalición al que se le pasó el arroz y que no llegó a buen puerto por su culpa, por su culpa y por su gran culpa.

Y así evitar el disparate de obligar a los votantes de izquierdas a ir a las urnas sin ganas ni ilusión. O, algo peor, sin salir de casa viendo por enésima vez a Pedro en el Señor de los Anillos y a Pablo en Juego de Tronos.

Vamos falar português por favor.

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