Entre leones

El día después

Esta mañana, Primero de Mayo, me he levantado muy andaluz gracias a Pilar Távora, que, en el grupo de whatsapp que el maestro Andrés Vázquez de Sola y Angélica Carmenate nos han regalado para pasar muy bien acompañados este bicho con tan mala baba, ha colgado A pasito seguro, con su padre, Salvador Távora, como intérprete.

Esta canción me ha llevado a aquellos días de lucha y orgullo andaluz que están alojados en el lado izquierdo de mi corazón, y que siempre emergen para proteger mi juventud en blanco y verde sobre fondo rojo cada vez que bajan mis defensas y mi autoestima se desploma.

Andalucía, el habla andaluza, lo andaluz, han formado parte de mi último gran cabreo durante este largo confinamiento por el coronavirus, a propósito de la campaña de desprestigio contra la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, por ser andaluza, por hablar andaluz.

Ya lo he vivido en otras ocasiones. Recuerdo que Magdalena Álvarez, ministra de Fomento con ZP, fue objeto de una campaña similar por parte de ese PP que enterró el Madrid multiprovincial y rompeolas de todas las Españas de Antonio Machado ("Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas") para levantar un Madrid mucho menos generoso y acogedor, mucho más corrupto y contaminado.

Es una más de las campañas que no cesan en las que están embarcados el PP y VOX –y Ciudadanos- contra el Gobierno PSOE-Unidas Podemos. A golpe de bulos, medias verdades e insultos permanentes, que tienen en muchos casos el tufo ostentoso y burdo del exilio venezolano, han embarrado tanto el terreno de juego que la unidad política y social –lo mínimo que se despacha en patriotismo ante una crisis tan devastadora- es imposible.

El odio que han trasladado en esta campaña orquestada para derribar a Pedro Sánchez y al Gobierno progresista –con la participación del quintacolumnismo socialista de los business y de dos de los barones a la violeta- está empozoñando la convivencia.

Es lo más parecido a un acto de guerra, a una campaña como en la que en su día reconoció Ansón contra Felipe González, quien ahora, por cierto, está más cerca de Ansón que de Pedro Sánchez.

Tal es el desbarre que el otro día, un tipo contestó a un tuit de Adriana Lastra sobre la comisión parlamentaria para la reconstrucción de forma desabrida, faltona y fea con un follón de banderas de España. Pero lo peor fue la foto del gachó: una horca. Me recordó el ¡Viva la muerte! de Millán Astray o directamente el paredón de los muertos que no merecen corbatas negras ni entierros como Dios manda.

En fin, cualquier medida que tome el Gobierno es contestada con una batería de críticas desaforadas por tierra, mar y aire. Una mayoría abrumadora de tertulianos y articulistas dinamitan el sentido común y desprecian a veces incluso a los expertos que sustentan las decisiones del Gobierno. No es crítica, es vocerío, es el rugir de la jauría, que ha decidido zamparse el interés general para seguir mangando a costa de lo público, empezando por la sanidad.

¿Cómo es posible que el Gobierno no haya acertado en ninguna medida en la larga lucha contra el coronavirus? ¿Ni una?

¿Por qué Casado saca pecho con los datos de Andalucía y Moreno y no hace autocrítica con Madrid y Ayuso cuando en la capital el coronavirus tiene forma de cocodrilo y se pasea plácidamente por sus calles?

De la rabia por ver que la verdad fue la primera víctima de esta pandemia –suele pasar con todas las guerras-, he pasado a una cierta tristeza por el día después. Antonio López se mostraba convencido de que "no saldremos mejores de esta crisis". Y lo explicaba: "Soy de los creen nada cambiará porque el hombre no sabe escuchar... Estaría bien que hubiera un enfoque más austero de la vida. No porque nos lo impongan, sino porque nosotros sepamos llegar a esa certeza. Tenemos una forma de vida muy invasiva, muy alejada de la naturaleza. El único objetivo en el horizonte es el dinero a costa de lo que sea y eso no puede ser".

Estoy de acuerdo: no seremos capaces de hacer una lectura justa del serio aviso que entraña este coronavirus en términos medioambientales. El jefe del mundo, Donald Trump, nos llevará de nuevo al mismo escenario de autodestrucción, a la inyección de lejía en el culo de la humanidad, al cambio climático para matarnos cuanto antes a nosotros y a la Tierra.

Pero, además, pienso que la convivencia ideológica y social que disfrutábamos en España se ha visto muy seriamente dañada. Personalmente he leído y escuchado demasiadas barbaridades y ofensas en las redes sociales y en las tribunas parlamentarias como para olvidarlas sin más. Ha sido tanto el tremendismo, tanta apología de la barbarie que me he puesto en estado de alerta para siempre. No me da la gana convivir con quienes quieren jodernos por el simple placer de jodernos.

Durante la Transición se pactó una zona templada que nos permitió mezclarnos, pactar y avanzar como sociedad democrática tras 40 años de dictadura militar.

Las izquierdas renunciaron a pasarle factura al tardofranquismo –pasárselo hubiera sido lo más europeo e incluso con intereses- y aceptaron una monarquía constitucional que no estaba en su genética política. Y las derechas, mientras tanto, se hicieron democráticas a palos. Eso sirvió para que pudiéramos pasar página, y, por fin, disfrutáramos de las libertades que nos arrebató Franco en 1936.

Cuando pase el coronavirus habrá que ponerse manos a la obra en la reconstrucción económica, y también habrá que hacer autocrítica: todos tendremos que hacerla, empezando por el Gobierno.

Pero restaurar la convivencia, tras este intento fallido de sociedad unida y patriótica, será la tarea más ardua. Si queremos lograrlo, en la cuneta se van a quedar actores principales del actual sistema y reglas de juego que hasta ahora eran constitucionalmente sagradas. Por ejemplo, los partidos políticos tradicionales, la monarquía parlamentaria, los actuales modelos de ciudad, las empresas en las democracias occidentales y un largo etcétera de expedientes manifiestamente mejorables.

No seremos mejores, pero sí radicalmente diferentes.

PD: -En fin, pongámonos manos a la obra ya: "Salvemos Valdevaqueros".

-Y, en segundo lugar, por favor, que alguien le diga, por el amor de Dios y la Virgen Santísima, al alcalde de Madrid, a ese monstruo de gobernanza municipal mundial, que desinfecte todas las calles de la capital. La mía, Andrés Mellado, está más sucia que antes del estado de alarma, y no ha sido baldeada ni una sola vez durante esta pandemia de poca lejía y mucha propaganda.

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