Entre leones

Preguntad en la Casa del Pueblo

Nunca he ocultado mi apoyo a Pedro Sánchez. Desde que lo conocí estoy en el tajo. Aunque ese respaldo solo lo hice público en vísperas de las elecciones europeas de marzo de 2014, casi un año después a través de un artículo titulado ¿Quién teme a Pedro Sánchez? Y me tomaron por un friki.

Al final, por una carambola y un acuerdo de conveniencia con Susana Díaz, se convirtió pocos meses después en secretario general tras derrotar en primarias a Eduardo Madina y a José Antonio Pérez Tapias.

También estuve con él cuando le arrebataron la secretaria aquel 1 de octubre de 2016 de funesto recuerdo. Por supuesto, anduve a su vera pocos meses después cuando reconquistó Ferraz y arrolló a Susana Díaz, a la vieja guardia y al resto de barones a la violeta.

En más de una ocasión, el amplio apoyo que mantuvo cabía en un taxi de cinco plazas y sobraban plazas.

Pese a que nunca contó tampoco con un gran apoyo mediático y jamás lo tuvo fácil, logró sacar adelante la moción de censura contra Mariano Rajoy en junio de 2018 y se convirtió en presidente del Gobierno con apoyo de Podemos y los nacionalistas vascos y catalanes.

Se equivocó estrepitosamente tras las legislativas de abril de 2019 cuando no cerró un acuerdo de Gobierno con Unidas Podemos, y propició una repetición electoral en noviembre de ese mismo año. Rápidamente, reaccionó y firmó un acuerdo de Gobierno con Pablo Iglesias después de unos comicios donde se dejó tres escaños en la gatera y dio oxígeno al PP. Pero donde dijo digo, dijo Diego en menos que canta un gallo. En fin, rectificar es de sabios, ¿no?

Durante todo este tiempo he visto cómo enemigos acérrimos se han convertido incluso en ministros. Ex dirigentes que participaron en los aquelarres del Comité Federal contra él tornados en consejeros eléctricos con más de 100.000 de vellón por una dilatada experiencia en gasolineras. Traidores con mando en plaza aupados hasta Bruselas. Pedristas de cartón del dos convertidos en artistas de la coordinación. Sanchistas pasado el último minuto de descuento y a escondidas, elevados a los altares del socialismo democrático. Peperos de toda la vida mandando en la cocina de Moncloa y el economato de Ferraz.

Sea como sea, desde que pisó la moqueta de Moncloa, Pedro Sánchez no ha parado de crecer. A la pandemia de la COVID-19 llegó una semana tarde. Pero pese a la oposición miserable de las derechas y la irresponsabilidad de la mayoría de los medios de comunicación, ha completado en esta primera parte un gran trabajo. En la segunda, que desgraciadamente llegará, lo hará seguramente mejor si cabe. Y verá como presidente del Gobierno cómo llega la vacuna que matará al bicho y dejará de matarnos.

Sin embargo, Pedro Sánchez ha cometido algún que otro error en clave interna. Y no me refiero al acuerdo con Susana Díaz. Creo que sellar una cosita de no agresión con la lideresa del socialismo andaluz no fue una mala idea: pacificó el partido en Andalucía y rompió la alianza que Susana Díaz mantenía con Lambán y Page.

Pero ese acuerdo no puede ser a costa de sacrificar las opciones del PSOE-A en las próximas elecciones. Susana Díaz no es que esté amortizada, está achicharrada. Ponerse de perfil ante una situación de deterioro tan clamorosa no es solo faltarle al respeto al pedrismo, que tan esforzadamente combatió en el territorio más comanche de todas las tribus socialistas, sino a los propios votantes socialistas de Andalucía.

Eso ocurre porque el PSOE ha sido fagocitado por el Gobierno, que se está convencido de que esto de gobernar es un asunto que no compete al partido. Algunos ministros y ministras se creen que han descubierto la pólvora en términos políticos y solo destilan soberbia entre decreto y decreto. Lo mandas a dar un mitin a Puerto Serrano y te plantean una crisis de identidad. Y no me refiero a Margarita Robles, Marlaska o González Laya, que están a otro nivel.

En la provincia de Cádiz, en materia de nombramientos, el Gobierno de Pedro Sánchez ha estado especialmente desafortunado. En la Zona Franca sí le ha hecho caso al partido, pero ha sido al mismísimo secretario general, Fran González, y para colocarlo a él y despedir a la vicesecretaria general, Victoria Rodríguez, como delegada especial. Es decir, un yo te pongo, luego te quito y, finalmente, me pongo yo. Un espectáculo circense de arte y poca vergüenza. ¡Con lo fácil que hubiera sido poner a alguien medianamente competente por el bien de los ciudadanos en vez de uno de los nuestros!¡Esto no es lo hablado!

En la otra punta de la comarca, el Gobierno de Pedro Sánchez, sin consultarle ni siquiera al alcalde socialista de Castellar de la Frontera, donde está la finca de La Almoraima, va a colocar a Emilio Romero, que ya estuvo cuatro años al frente de esta finca durante los últimos años de ZP. Sin miedo a equivocarme, este funcionario público volverá a ser el peor director gerente de la cosa. De hecho, a Isabel Ugalde, nombrada por el PP, se le empieza a echar de menos. ¡Manda huevos!

Ni siquiera han sido capaces en Transición Ecológica en preguntar por el cartel que dejó el tal en la zona. Localismos, dicen estos refinados, que no fueron capaces ni siquiera de retirar la denuncia contra la ampliación del Parque Natural Los Alcornocales. Con su pan se lo coman.

Todo esto empezó antes de la pandemia con la defenestración del campogibratareño Salvador de la Encina como presidente de Puertos del Estado por el ministro José Luis Ábalos, que no se ha dignado a explicar aún por qué descabalgó a quien en poco tiempo logró una de las gestiones más brillantes en un puesto tan estratégico. Y el PSOE-A no dijo ni pío.

Para que no nos olvidemos de él, Ábalos nos regala cada cierto tiempo una avería en el Altaria que une Algeciras con Madrid –el Campo de Gibraltar es la otra Extremadura ferroviaria-, y retrasa, en el nombre de un Gobierno socialista, la electrificación entre Algeciras y Bobadilla, un proyecto estratégico para el primer puerto de España y para una de las zonas industriales más importantes de Andalucía.

Si no me creéis, preguntad en cualquier Casa del Pueblo.

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