Votar, aunque lo llamen democracia y no lo sea

Votar, aunque lo llamen democracia y no lo sea

El voto y sus "súperpoderes" democráticos

El día de las elecciones es el único día donde el poder político de la ciudadanía de a pie se acerca un poco al poder de los que votan todos los días. Este domingo, el voto de Fulano y Mengana cuenta igual en la urna que el de la persona más pudiente de España. Es verdad que los acaudalados tienen televisiones, radios, periódicos y granjas de boots, compran voluntades, usan sus recursos para desincentivar el voto a la izquierda, mantienen engrasadas las maquinarias electorales de sus capataces y hasta llevan a votar a los ancianos de la bendita mano de las generosas monjas que les atienden.

Pero en el recuento, son los votos, uno a uno, los que se suman, y la papeleta que deposita en tu misma urna el dueño de una cadena de supermercados, de una inmobiliaria o un fondo buitre, de un banco o de un imperio textil va a contabilizarse con la exacta misma fuerza que tu voto o el de la más desvalida abuela progresista que se acerque al colegio electoral a ser coherente con lo que ha luchado toda la vida. Ya quisiera Abascal que el voto de un miembro del partido fascista valiera por cien, o Núñez Feijóo que hubiera contrabando de votos como había contrabando de cocaína en el entorno del PP gallego cuando ganaban elecciones dopados.

Cuando se da el raro caso de que alguno de los contendientes electorales pone en riesgo la estructura de privilegios, los dueños del casino patean el tablero.

Esto no quita que sea verdad que la izquierda siempre se bate con un brazo -o los dos- atado a la espalda. Que la pelea en las democracias liberales está amañada se ve en el tongo del bipartidismo -un gran acuerdo entre dos partidos que forman un cártel con reglas severas donde apenas pueden entrar nuevos partidos-; en las trampas constantes que hacen los poderosos usando los medios de comunicación, contratando policías corruptos y poniendo en nómina a jueces corruptos; en los comportamientos invariablemente golpistas de las derechas -desde golpes blandos a intervenciones militares, por lo común autorizadas por los EEUU- cuando las izquierdas que no pertenecen al sistema ganan las elecciones en cualquier lugar del mundo.

Cuando se da el raro caso de que alguno de los contendientes electorales pone en riesgo la estructura de privilegios, los dueños del casino patean el tablero. Esto vale incluso cuando un líder del bipartidismo cuestiona las reglas de su propio cártel. Le pasó a Pedro Sánchez cuando quiso la primera vez llevar al PSOE a un gobierno con Podemos y el nacionalismo de izquierdas (que sumaban juntos, en ese momento, doce millones de votos) o cuando Pablo Casado desafió la estructura corrupta y clientelar propia de la derecha. El PSOE terminó aceptando el gobierno de coalición más por impotencia que por decisión, al igual que el PP gestiona en cada momento qué corrupción acepta y cuál critica en virtud de los equilibrios de poder interno (si hemos sabido en la recta final de las elecciones de la foto de Feijóo veraneando con el narco Marcial Dorado es porque desde dentro del propio PP y sus medios han decidido golpear al Secretario General del PP, quizá para posicionar a Isabel Díaz Ayuso en los mandos de la derecha española).

Los desequilibrios en nuestras democracias tienen, además de esas trampas en la superficie, una desigualdad estructural que es la que da tranquilidad al poder. La democracia liberal siempre busca parlamentarizar los conflictos, esto es, sacarlos de la calle y solventarlos con fórmulas legislativas de consenso, donde es bastante probable que el resultado esté lejos de lo que pudieran reclamar las pancartas. Es en la calle donde "el miedo cambia de bando" y es por eso que el poder inteligente entendió desde el siglo XIX que la mejor manera de desactivar los cambios es convirtiendo a los rebeldes en pacíficos redactores de leyes y reglamentos.

¿Qué fue del informe PISA, de las niñeras, de las decenas de cuentas, los violadores sueltos o el Pollo Carvajal?

Las elecciones de hoy en España son las primeras en diez años, esto es, desde que existe Podemos, en donde el partido morado no ha sido protagonista mediático de algún escándalo judicial. Esas querellas, imputaciones o denuncias tenían siempre su reflejo en las televisiones, lo que obligaba a Podemos a dedicar parte importante del esfuerzo de campaña a defenderse (era muy evidente en las tertulias y las entrevistas). El sistema le ha ganado este primer pulso a Podemos: no ha usado el recurso judicial porque ya no le hacía falta. Sus esfuerzos les ha costado.

Empezaron atacando al que pensaban que, por edad, tenía más responsabilidad de la que realmente tenía. Escuchamos en reuniones filtradas del comisario  Villarejo con Dolores de Cospedal, en ese momento Secretaria General del PP y Ministra de Defensa afirmar de los dirigente de Podemos: ""Estos hijos de puta. El Monedero fundamentalmente. Les buscamos la ruina". La policía "patriótica", Montoro y algunos jueces de derechas, con la inefable ayuda de García Ferreras (luego se jactaría: "nosotros matamos a Monedero") empezaron la cacería. Continuó con falsos informes, falsas facturas, falsas encuestas -que llevaron a la ruptura de Podemos y a la pérdida del ayuntamiento de Madrid-, la persecución a Pablo Iglesias, a Irene Montero, a Pablo Echenique, a Rafa Mayoral, al partido, de nuevo contra mí... Hasta que los referentes originales y más combativos de Podemos han quedado fuera de las listas o, los más dispuestos a encontrar fórmulas de consenso, se han incorporado, ya desactivados de cualquier ánimo radical, en las listas de Sumar.

? No es verdad que dé lo mismo un salario mínimo de 750 euros que uno de 1080. No es lo mismo poder ir de la mano con tu pareja a que alguien pueda partirte la cara porque se siente desafiado. No es lo mismo que los abuelos tengan una pensión que no pierda poder adquisitivo a que tengan que estar inventando para llegar a fin de mes.

Participar en un juego de trileros sabiendo dónde está la bolita

Pensar que estamos sin más en un juego de trileros puede llevar a tirar la toalla y renunciar incluso a ir a votar. ¿No es eso lo que quieren los que, si les hiciera falta, intentarían incluso anular las elecciones? No es verdad que dé lo mismo un salario mínimo de 750 euros que uno de 1080. No es lo mismo poder ir de la mano con tu pareja a que alguien pueda partirte la cara porque se siente desafiado. No es lo mismo que los abuelos tengan una pensión que no pierda poder adquisitivo a que tengan que estar inventando para llegar a fin de mes. No es lo mismo subirle los impuestos a las eléctricas y a los bancos que hacerlo a las clases medias. No es lo mismo liberarte del yugo de la iglesia para estudiar, informarte, casarte, separarte o morirte que ser dependientes del poder político de los religiosos. No es lo mismo vivir la pluralidad nacional de España que regresar al centralismo de Cánovas del castillo. No es lo mismo ser ciudadano de una democracia que respeta a los inmigrantes que ser parte de una autocracia que castiga por pobres a los que han llegado aquí a buscarse la vida. Votar no es un acto revolucionario, pero cambia profundamente el aspecto de nuestras democracias cuando hay detrás pueblo empujando.

En una conocida viñeta de la Transición de Carlos Giménez de su libro España una, grande, libre, un hombre en la cola del colegio electoral rememoraba su vida mientras avanzaba: tras el 14 de abril del 31, el levantamiento de Asturias del 34, el triunfo del Frente Popular el 36, entonces el golpe de Estado de las derechas españolas ayudados por Hitler y Mussolini, la derrota, el maquis, la clandestinidad, la cárcel, la tortura, los compañeros desaparecidos, las huelgas, las manifestaciones, la muerte de Franco, el regreso de la democracia, la amnistía, la violencia de la extrema derecha y las primeras elecciones de 1977. Después de votar, un compañero le pregunta: ¿Qué tal? ¿También has votado? Y el viejo luchador contesta: me ha sabido a poco.

Este domingo, aunque te sepa a poco, ve a votar. Porque tu voto a la izquierda, y más en concreto, a Sumar, que es donde está incorporado Podemos, el partido que más ha cambiado recientemente España, es lo que más puede molestar a los que quisieran quitarle el derecho a voto a los que aún creen que una democracia más profunda es posible. Y se la han jugado para conseguirlo.