Fuego amigo

Viajando en coche se llega antes a la crisis

Tenía que llegar una crisis profunda como la que padecemos para que nos diéramos cuenta de que en el llamado primer mundo vivíamos por encima de nuestras posibilidades. El derrumbe financiero acabó con el sueño de creernos ricos, y de golpe supimos que la casa en la que vivíamos no era nuestra, y que el coche que mataba de envidia a nuestros vecinos tampoco era de nuestra propiedad. Un espejismo colosal, porque ni el presunto verdadero dueño, el banco, es el propietario del dinero de los depósitos que guarda.

El automóvil es el abanderado de ese sueño de progreso. El año pasado, el 84% de todos los coches vendidos en España fueron financiados a plazos. Hemos comprado un producto que tan sólo empezar a usarlo se depreciaba en un 25%. Cuando terminamos de pagarlo, al cabo de cuatro años, apenas alcanza la cuarta parte de su valor inicial. Durante ese tiempo no ha hecho más que pedir de comer: combustible, aceite, ruedas, mantenimiento, plaza de aparcamiento, peajes, impuestos, multas... Y si baja el petróleo, nos alegramos por ello egoístamente sin reparar, desdichados de nosotros, en que las materias primas baratas son el hambre del tercer mundo. Y que del tercer mundo vendrán las pateras a rebosar con gente que sueña con tener un coche de los nuestros. No, no es una buena noticia.

El presidente electo Obama ya ha anunciado a regañadientes ayudas a las tres grandes compañías automovilísticas, General Motors, Ford y Chrysler. ¿Para qué? Paul Krugman, el Premio Nobel de Economía de 2008, ya ha avisado que la medida viene a ser como los santos óleos para un enfermo de muerte: "Al final, es probable que estas compañías desaparezcan". La bajada de las exportaciones japonesas de automóviles se ha comido la mitad del superávit por cuenta corriente de Japón. Tras la caída de Honda en la Fórmula 1 se teme que Renault, Toyota y BMW vayan detrás. Y ahora parece ser que los coches devueltos por los consumidores que no pueden hacer frente a los pagos atascan ya los garajes de los bancos.

Parece como si a la crisis se llegase mucho más rápido en coche.

-------------------------------------------------------------------------
Meditación para hoy:

La Navidad es la eterna discusión entre optimistas y pesimistas. A los optimistas les encanta ese subidón de entusiasmo por el regalo, el ande ande ande la marimorena, las comilonas y bebidas especiales, y los deseos de felicidad y paz que nunca llegan. A los pesimistas, la sola idea de tener que cenar con el cuñado tocapelotas y pasarse interminables jornadas de compras buscando regalos imposibles les pone del hígado.

Pero con la crisis, un nuevo elemento de discusión se ha introducido en la Navidad: el alumbrado público. ¿Es un despilfarro o una inversión? Para unos, renunciar al escaparate de la felicidad apagando la iluminación navideña es como dar paso a una tristeza que retroalimenta a la propia crisis, siguiendo el mecanismo de los estados de ánimo depresivos. Para otros, el gasto en energía para usos recreativos es la prueba del nueve de la insensatez de la sociedad de consumo. ¿Llegaremos a la conclusión de que el optimismo es una insensatez?

Más Noticias