Fuego amigo

Religión contra ciudadanía

Miembros de la Iglesia Católica están llamando a la rebeldía contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, una asignatura que pretende enseñar a los niños los derechos y deberes ciudadanos, educarlos para la convivencia desde lo que podríamos llamar una moral civil. El Cardenal Rouco Varela, lo más parecido a un talibán islámico en la Conferencia Episcopal Española, ya dijo días atrás que no se puede permitir que el Estado introduzca "a través de los presupuestos antropológicos explícitos e implícitos de dicha asignatura, una concepción del hombre, de la vida y del mundo que equivalga a una doctrina o ideología obligatoria que venga de hecho a competir con la formación religiosa elegida libremente o a suplantarla subrepticiamente".

El cura de Villanueva de Bogas, un pueblo de Toledo, ha distribuido entre los padres de los niños que acuden a catequesis una carta en la que les previene que "las Parroquias se guardan el derecho de poder negar a alguien la catequesis si no se presenta objeción de conciencia" a la asignatura Educación para la Ciudadanía.

Unos padres de familia han hecho objetores a la mayoría de sus doce hijos (doce hijos, o sea, apesta a Opus Dei) por considerar que es "una intromisión" en el derecho a enseñar y educar a sus hijos. Ellos pueden, por ejemplo, contarles a sus retoños que la teoría de la evolución de las especies, de Darwin, no es "más que una teoría", como dice George W. Bush, pero que en realidad ellos proceden de unos primeros padres que vivían en el Paraíso y que fueron expulsados y condenados a muerte por comer de una fruta prohibida; pueden perpetuar la teoría machista de que en principio dios hizo al hombre, y no a la mujer, "a su imagen y semejanza", y que, en vista de que el hombre y él se aburrían, dijo en un momento de su tediosa eternidad: "no es bueno que el hombre esté sólo", así que le arrancó una costilla mientras dormía y le fabricó una mujercita para entretener sus ratos de ocio y de paso para que se la follara por las noches; esos mismos padres están autorizados a aterrorizar a sus niños, sin que Asuntos Sociales pueda denunciarles en un juzgado de guardia por tortura psicológica, con las consecuencias del pecado mortal de masturbarse, con la amenaza de un infierno donde arderán eternamente como castigo por tocarse la pilila, en una tortura sin fin y sin rescate posible.

Es decir, cualquier padre, cualquier cura, cualquier talibán "tiene derecho" a llenar la cabeza de sus hijos y educandos ("sus" hijos, como una propiedad con la que pueden hacer cualquier cosa) con doctrinas que van desde el absurdo al atentado a los derechos humanos más elementales, pero el Estado no puede formar a los niños en valores ciudadanos mucho más útiles para su desarrollo y convivencia en sociedad.

Esos talibanes cristianos lo hacen en defensa de la familia, esa familia a la que sus sacerdotes renuncian sospechosamente como un escalón inferior en el camino de la santidad. Un extraño apego a los valores de la familia por parte de los seguidores de una religión cuyo fundador aseguraba en uno de sus célebres sermones: "Si algún hombre viene a mí y no rechaza a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, no puede ser mi discípulo". Ese intento de cortar los vínculos con la realidad, de aislar de su familia a los nuevos discípulos como primer paso para el lavado de cerebro, ¿no es precisamente uno de los síntomas por los que los expertos clasificarían a esa religión como una secta destructiva, y por lo tanto, perseguible por ley?

Estoy hecho un lío.

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