Fuego amigo

El trastorno bipolar de la banca

Se repitió la escena del sillón en Moncloa. Los representantes de la gran banca, la que en 2008 apenas obtuvo unos beneficios de casi 3 billones de pesetas (hay cifras que es necesario darlas todavía en pesetas para que comprendamos toda su dimensión: 3 billones de pesetas) vuelven a tomar unos cafecitos con Rodríguez Zapatero para charlar de la crisis del Real Madrid, y de paso sobre algo que ni los expertos mundiales reunidos en Davos estuvieron de acuerdo: cómo hacer llegar el crédito a las pymes y a las economías domésticas.

Poco antes, el presidente de la patronal Asociación Española de Banca (AEB), Miguel Martín, nos echó la bronca a todos, y allanó el camino de la tribu de los botines, como un Juan Bautista preparando la venida de sus señores banqueros al reino de la presidencia del gobierno. Nos vino a decir que estamos distraídos, que no es la banca la que está poniendo en peligro la economía real, sino que "es la economía real la que pone en riesgo al sistema bancario". ¡Somos nosotros los que estamos perturbando la paz de los banqueros!

La economía real es esa que obliga a abrir una cuenta bancaria para todo. Esa economía en la que no puedes contratar un servicio básico, ni el teléfono, ni la luz, ni el gas, ni el agua, ni operar con una tarjeta de crédito, ni cobrar una jubilación o una prestación por desempleo, ni pagar tus impuestos... si previamente no colaboras a enriquecer a la banca abriendo una cuenta corriente.

Todo en la economía real de Miguel Martín está pensado para que los ciudadanos no tengamos otra alternativa que acudir a sus servicios, por los que la banca cobra hasta el último apunte. Los banqueros son así, se despiertan como servicio público ("si la economía no se hunde aun más es" gracias "a la banca", dijo con toda su desfachatez) y se acuestan como empresa privada engolfada en contar las ganancias del día, moneda a moneda. A esa enfermedad de la banca, santa y golfa a un tiempo, se la conoce como trastorno bipolar.
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Meditación para hoy:

La historia de los espías de Madrid sigue enturbiando la vida política. El panorama está así en estos momentos.

Mariano Rajoy ve en su cordial enemiga Esperanza Aguirre, la que le quiere mover la silla, la mano invisible que mueve los hilos de la conspiración. Miel sobre hojuelas, pensó: hagamos una investigación interna para que los ciudadanos no crean que tenemos algo que ocultar... y de paso hundamos su carrera política. Queda nombrada la Cospedal como inspectora jefa.

Por su parte, Esperanza Aguirre se había opuesto a una investigación parlamentaria días atrás "porque no tenía nada que ocultar". De pronto la Cospedal encuentra pruebas de la felonía y llega a la conclusión terrible de que si las hace públicas el partido se va al carajo. Hay que evitarlo. ¿Cómo? Que Aguirre acepte ahora una investigación parlamentaria "porque no tiene nada que ocultar", y nosotros suspendemos la investigación interna.

De esta manera, el caso entra directamente en el debate político, que es la manera de asegurarse de que jamás se llegue a la verdad. Todo ello, por supuesto, lo hacen pensando únicamente en ¡Paña!

Y se acabó el cuento.

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