Fuego amigo

Un apagón, a todas luces

A las ocho menos cinco de la tarde de ayer apagué todas las luces de mi casa, apuntándome al apagón solidario con el cambio climático. Aproveché para husmear por las ventanas. La ciudad de Madrid, a mi alrededor, lucía como siempre, o así me lo pareció. Luego supe, por un representante de Red Eléctrica, que había tenido un efecto como de un apagón de 20 millones de bombillas de 50 W, y una bajada de entre un 7 y 8% del consumo doméstico (un 2,5% en total). No está mal como síntoma, y no me refiero al ahorro en sí sino lo que supone de toma de conciencia por parte de la población con el calentamiento global y sus más que previsibles consecuencias catastróficas.

Como lo importante es la tendencia que parece traslucirse en el sentimiento general, como dicen los economistas, queda la esperanza de que los gobiernos del primer mundo se atrevan de una vez, con una ciudadanía más concienciada, más dispuesta al sacrificio, a atacar medidas drásticas, incluso impopulares, para detener lo que a todas luces (nunca mejor dicho) parece un tren de vida global por encima de nuestras posibilidades. Fue el final de un día para meditar hasta qué punto estaríamos dispuestos a sacrificar colectivamente parte de ese bienestar que se sustenta sobre un consumo desaforado de energía.

Yo me he reunido conmigo mismo y me he preguntado qué estaría dispuesto a sacrificar, de qué hábitos sería capaz de desprenderme, y se me ocurrieron pocas cosas, quizá obviedades, como procurar no dejar encendidas luces en mi ausencia, desconectar completamente la televisión cada noche, utilizar el transporte público exclusivamente, utilizar el agua caliente con más mesura, pero no sé si esto es el chocolate del loro o son necesarios sacrificios mayores, como dejar de consumir objetos para cuya fabricación, sin nosotros saberlo, son necesarias ingentes cantidades de energía, tapizar el tejado con placas solares... no sé.

Leo en El País una propuesta de Jeremy Rifkin para una actuación supranacional muy interesante: "Existen cinco pilares que debemos colocar para afrontar el desafío del calentamiento global y apuntalar los cimientos de la era posterior a la energía del carbono: maximizar el ahorro de energía en el consumo de combustibles fósiles; reducir las emisiones de gases que provocan el calentamiento global; optimizar la introducción comercial de energías renovables; introducir una tecnología de pilas de combustible de hidrógeno para almacenar energía renovable, y crear redes inteligentes para distribuir la energía por los continentes. Juntos, estos cinco pilares son el marco para una tercera revolución industrial".

Mientras tanto, descendiendo al nivel de la calle, al igual que hacemos distinciones entre macroeconomía y microeconomía, creo que, quizá, un ministerio de Medio Ambiente moderno debería estar confeccionando ya un decálogo del ciudadano buen ahorrador de energía, que pudiéramos colgar en una pared de nuestros hogares, en lugar visible, como guía y recordatorio, al igual que en su momento se hizo con el reciclaje separado de basuras cuyos buenos resultados ya empiezan a vislumbrarse.

Porque esto ya se parece desagradablemente a una crisis sin retorno. La obtención de energías fósiles, cuya combustión genera los gases de efecto invernadero, es el centro de la codicia de empresas y países, sabedores de que durante muchas décadas la sociedad del bienestar del primer mundo está atada a ellas sin remedio ni recambio. Por eso la guerra de Irak parece haber tenido un patrocinio descarado de las petroleras norteamericanas y británicas. Vladimir Putin, ese zar imprevisible, está pensando una gran alianza de los grandes países productores de gas, para diseñar una especie de OPEP gasística con la que controlar los precios. Y los países productores de petróleo ya dejaron bien claro durante 2006 que el precio del crudo puede no tener límites.

Tan sólo episodios convulsivos como la crisis de la energía de 1973, efecto de la venganza por parte de los países productores contra Israel y sus aliados occidentales en la guerra del Yom Kippur, hicieron ver a occidente que sí era posible ahorrar. Los más viejos recordaréis los apagones de las más importantes ciudades europeas, las restricciones al tráfico urbano, medidas que tanto humillaron el orgullo europeo de entonces, situación que, sin embargo, tuvo como aspecto positivo la puesta en marcha de planes de ahorro y la implantación progresiva de energías alternativas.

La crisis de hoy, al contrario de la de entonces, viene provocada por un exceso de consumo, por esta adicción nuestra a las energías fósiles que no sé si nos hará más felices hoy pero que seguro sí nos hará más vulnerables en los años que quedan de aquí a la llegada del fin del mundo.
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Otra meditación para hoy: Mariano Rajoy es un hombre de intuiciones, intuye que ETA tuvo mucho que ver en el 11-M, intuye que Zapatero se ve a escondidas con Batasuna ("Intuyo que han vuelto otra vez las negociaciones"), intuye que la última manifestación de Madrid contra ETA era en realidad contra el PP. Como buen creyente, no necesita certezas, basta con las intuiciones. Como la del abogado de la AVT, la sección de víctimas del terrorismo de su partido, que puestos a intuir, aún corriendo el peligro de suicidar sus neuronas en los acantilados del ridículo, preguntó en el juicio a los tres etarras de la "caravana de la muerte", la de los explosivos, si "tenían alguna cita en Morata de Tajuña", localidad donde presumiblemente los islamistas urdieron el 11-M. Cuentan las crónicas que toda la sala se le quedó mirando como si de pronto hubiese irrumpido en aquel recinto solemne el fontanero y hubiese dicho en alto: ¿Por favor, es aquí lo de la gotera?

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