Fuego amigo

El instante mismo de la Creación

Dicen en la comunidad científica que el experimento llevado a cabo por el acelerador de partículas del CERN marcará un hito en la historia de la ciencia. Al parecer, en la máquina más grande jamás creada por el hombre, los físicos intentan recrear los instantes posteriores al Big Bang, la gran explosión que dio paso al universo. Es decir, un experimento clave para explicar por qué existimos.

Más de 2.000 millones de euros gastados, más una cantidad ingente en mantenimiento y sueldos de personal, para averiguar lo que cualquier brujo de la tribu, vestido con taparrabos o con rica seda repujada en oro, viva en el Vaticano o en el corazón de la selva amazónica, ya conoce desde hace siglos: antes del Big Bang sólo existía un dios que se aburría, y que para remediar su hastío decidió un día jugar a las casitas para entretener su ocio. Nosotros somos sus muñecos, y los planetas y estrellas las casitas.

A la mayoría nos es más fácil entender los disparates contados en el Génesis que la utilidad del bosón de Higgs, cuyo descubrimiento supuestamente arrojaría una luz definitiva sobre la razón de nuestra existencia (supongo).

Las religiones siguen alimentándose de las migajas del banquete de la ciencia. Así que con cada descubrimiento cosmológico muere un dios por inanición. Y eso lo sabía muy bien el brujo del Vaticano, Juan Pablo II, cuando dijo aquello (según el astrofísico Stephen Hawking): "Es correcto estudiar el universo... pero no deberíamos preguntarnos sobre el comienzo en sí mismo, porque ese fue el momento de la Creación y la obra de Dios".

Juan Pablo II, que va para santo, veía en la ciencia al mayor enemigo de la fe. Y con razón. Mientras el final de los mitos se está acelerando con el acelerador de partículas, el Ratzinger, el brujo sucesor, todavía no se ha enterado de que en el CERN están a punto de matar a dios. Y él pensando que el fin de su Iglesia puede venir por el flanco de los curas pederastas...

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