Fuego amigo

Una huelga de metro y medio (por lo menos)

Los que no vivís en Madrid os perdisteis ayer una guerra fratricida de obreros contra obreros, un clásico ya en la moderna lucha sindical. Los trabajadores del Metro de Madrid habían decidido en asamblea llevar a cabo una huelga salvaje (se llama así, yo no le puse el nombre) sin respetar los servicios mínimos impuestos por una empresa que considera al Metro como un servicio público esencial.

El paro era su respuesta a dos cuestiones. La primera, que el Metro no es un servicio público esencial, porque, según los asamblearios, cuentas con la alternativa de trasladarte en autobús, en taxi, o en ambulancia, si se tercia. La segunda, que la empresa entiende abusivamente como servicios mínimos los máximos, y así las huelgas no valen, porque escrito está que el éxito de la lucha obrera se mide por el tamaño de la incomodidad que provoca, no en el patrón, que siempre gana, sino en los usuarios. Como en el caso del PP, nuestra angustia colectiva es el reflejo del éxito de su lucha.

En consecuencia, dos millones de potentados viajeros, que cada día suelen tomar tontamente el Metro sin caer en la cuenta de que podrían ir tan ricamente en limusina, llegaron tarde o no llegaron a sus puestos de trabajo, o al dentista, como yo, maldiciendo injustamente a quienes convocaban una huelga salvaje por un ajuste salarial.

En verdad que era un dolor ver en televisión a obreros llamando cabrones a los otros obreros en huelga, lo que añadía más angustia a las filas progresistas, cada día más desorientadas. Como el portavoz de CC OO en Metro, que decía que había que defender a los compañeros en asamblea, "aún cuando se equivocan".

Yo tenía dentista ayer, como os digo. Tardé dos horas en llegar a la consulta. Pero me abandoné en sus manos feliz, salvada mi conciencia de clase, porque al menos tenía claro quién era el más cabrón de los dos.

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