Fuego amigo

He visto la luz, no hay huelga mala

Ser ateo es muy duro porque te obliga a pensar por ti mismo lo que las religiones ya tienen resuelto con una receta sencilla, válida para todos los públicos. Por ejemplo, si eres ateo, puedes llegar a pensar que los que creen ciegamente en la existencia de una virgen madre que parió a un dios que se engendró a sí mismo, y que cuenta con la facultad asombrosa de poder ser comprimido en una hostia de pan, gracias a los salmos de un sacerdote... si eres ateo, digo, puedes llegar a pensar que los que creen en semejante disparate son tontos de remate.

¡Ah! Pero si eres creyente ocurre una transmutación tal que los que te parecen estúpidos son los ateos. Yo, por ejemplo, estoy enormemente arrepentido de ser ateo, porque a mi alrededor hay muchos más fieles que piensan que el imbécil soy yo. Y eso es muy incómodo.

Hasta ayer yo era agnóstico de la religión que predica que todas las huelgas, sean como sean, utilicen los métodos que utilicen, sin matices, son buenas para el ser humano. Así que, arrepentido, me acordé de los consejos de mi pobre madre y me fui a confesar a mi sindicalista de guardia, porque de ninguna manera quisiera perderme el paraíso por una bagatela o una ofuscación pasajera.

Mano de santo. Al salir del confesionario ya me sentía feliz. Hasta el punto de que cuando ayer los huelguistas del Metro de Madrid amenazaron con repetir el paro total, sin servicios mínimos, la semana que viene si fuese necesario, una sensación de felicidad, difícil de disimular, me puso en un aprieto en la olla a presión de la cola inacabable del autobús. Disimulé, no fuera a ser que un facha de mal humor, agnóstico de las huelgas salvajes, me moliera a palos.

Llevo así veinticuatro horas, meciéndome en una nube de felicidad, con una placidez parecida al éxtasis de los santos místicos por haber visto la luz, porque sé que desde ahora estoy exculpado de hacerme preguntas incómodas. Por ejemplo, cuando me enteré de que un piquete de huelguistas había apaleado a cuatro compañeros, injustamente atendidos después en un hospital por médicos reventadores de huelgas, me dieron ganas de ir yo también a que me dieran un par de hostias.

Al final no fui porque creo que, con el dolor de muelas que todavía me martiriza, por una temporada ya he cumplido de sobra con la causa.

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