Fuego amigo

El tal Mariano, o Marianiño

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Mariano Rajoy, El Mariano, o Marianiño, está que se sale. Ha bebido en las barras de las tabernas mediáticas tantas copas de encuestas favorables que ahora conduce por el foro político como un beodo, sin freno, sin respetar las normas, insultando por las ventanillas a todo el que no se aparta de su camino, tomando todas las curvas a la derecha, incluso las de la izquierda, derrapando como un chulo de barrio.

El Mariano, o Marianiño, se ha tomado al pie de la letra que él es el conductor que nos ha de llevar a una época de progreso. Es como esos taxistas que ya te dan miedo no más arrancar, mientras va dejando un rastro sonoro de ruedas que derrapan.

El que pasa por ser el político más perezoso, el más maleducado, el mejor dotado para el insulto, el coleccionista de elecciones perdidas, el que fue nombrado a dedo sucesor de aquel hombrecillo insufrible que a su vez había sido elegido a dedo, el que ha demostrado, con el ejemplo del Prestige, cómo el pánico y el miedo escénico le pueden empujar a tomar la peor solución en el peor momento, este empecinado perdedor, digo, se cree elegido por los dioses como solución a la crisis económica mundial.

"Zapatero, Pepiño, Rubalcaba o La Chacón" le "traen sin cuidado". Pudo haber dicho que Pepiño y La Chacón se la sudan o que se la traen floja, pero si algo ha aprendido Marianiño, o El Mariano, es que las groserías hay que administrarlas.

Imagino, a tenor de su tasa de entusiasmo en sangre, el comienzo del discurso del caudillo el día de la victoria de 2012: "Queridos pardillos que me habéis votado, en el día de hoy, cautivo y desarmado el PSOE, el PP ha alcanzado sus últimos objetivos. La crisis ha terminado".

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