Fuego amigo

La moral del hormiguero

 

Ya se les conoce como los 180 héroes de Fukushima. Bomberos, ingenieros, físicos y obreros, gente de diversa cultura y, sobre todo, diferente sueldo, que se han presentado voluntarios, arriesgando sus vidas, desgarrando familias, para intentar evitar que el desastre atómico sea irreparable. Son un referente de esperanza y coraje en un país y una situación en que todo mensaje de ilusión colabora a sobrellevar el mal trago.

 

Con esta crisis estamos aprendiendo de la vida en Japón y del carácter de sus gentes mucho más que en treinta años de reportajes del National Geographic. Para los que pensaban que entre un japonés y un español apenas había más diferencias que el idioma, el color de la piel y los ojos almendrados, ha sido toda una sorpresa contemplar el comportamiento colectivo de ese pueblo, como si estuviesen hechos de un material completamente distinto al nuestro.

 

En las horas en que parecía que la central de Fukushima iba a estallar como una bomba nuclear, los habitantes de la zona hacían cola ordenada y serena ante las gasolineras para llenar el coche de combustible con el que poder escapar. En mi mercado, siempre hay alguna señora que intenta saltarse la cola de la pescadería, a codazo limpio y con cara de despistada, simplemente porque se le quema la comida.

 

Cuando el gobierno japonés pidió que se moderara el consumo de energía en previsión de un gran apagón, los ciudadanos respondieron con tal prontitud que no fue necesario establecer ningún corte de luz eléctrica: se estima que en algunas zonas el ahorro pudo llegar al 50% del consumo normal. Cuando en España el gobierno pide que bajemos de 120 a 110 km/h. la velocidad en autopista para ahorrar en la tarifa global del petróleo, mucho del cual procedía de Libia, este país se llenó repentinamente de sabios y expertos (bueno, ya es sabido que aquí el más tonto sabe hacer aviones) que avisaban de que el ahorro era irrelevante y, lo que es peor, que nos íbamos a quedar dormidos al volante.

 

Nosotros que, a poco que nos lo permitiera el Tribunal Constitucional, seríamos capaces de robarle el río a la comunidad vecina, vemos con asombro cómo los japoneses se comportan como un gran hormiguero, donde la salvación colectiva prima sobre la individual.

 

Así que en la próxima reencarnación me pido ser japonés. Por mí os podéis quedar con todo el Duero y el Guadalquivir juntos.

 

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