Fuego amigo

Ayer noche vi llover

Eran las dos de la madrugada. Me asomé a la ventana y vi una cortina de agua que caía mansamente sobre el patio. Llovía como antes, desde el cielo, hacia abajo (os hablo desde Galicia), no manaba hacia arriba de los aspersores del jardín (os hablo desde el campo) como en estos últimos meses. Salí a mojarme para recordar sobre mi cabeza en qué consistía esa sensación. Mi mujer me miraba raro, como dudando de mis facultades mentales (yo creía que desde hace tiempo no albergaba la menor duda). Y tuve que explicarle.

Me acordé de un viaje a Egipto, por el alto Nilo, ya en Assuan, cuando un guía nubio me contaba la relación de su pueblo con la lluvia. Sus hijos la conocían sólo por los libros escolares. Hacía seis años que no caía una gota del cielo. Y cuando un buen día llovió durante diez minutos, sacaron a los niños de sus camas, los colocaron a la intemperie y les dieron una ducha gratis y una clase práctica: mira, chaval, esto es la lluvia. Para ellos era tan extraño y mágico como para los sevillanos ver nevar sobre la Giralda.
Ha dejado de llover. Lo de anoche era sólo para que no nos olvidáramos. Cuando Galicia sea al fin un desierto (quizá todavía alcance a verlo, los pozos ya se están secando) les contaré a mis nietos con nostalgia que hubo un día en que el petróleo era más caro y escaso que el agua. Me mirarán raro, como mi mujer, pero ya estoy acostumbrado.

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