Fuego amigo

La doble moral del jamón ibérico de bellota

Allá por el año 87, cuando comenzaba la promoción internacional de la Expo ‘92, y yo formaba parte de su equipo de imagen con Paco Lobatón y Ángeles Caso, invitamos a un grupo numeroso de periodistas franceses a ver el comienzo de las obras en la isla de la Cartuja de Sevilla. Al cóctel nos llevamos a un especialista en cortar jamones y un jamón. El experto en el ars cisoria  iba llenando unos primorosos platos con finísimas y fragantes lonchas veteadas de un jamón de ensueño, mientras corrían ríos de manzanilla en su punto de frescor. Los periodistas comieron y bebieron a dos carrillos, hasta llegar al hueso.

Ninguno hablaba ni jota de castellano, hasta que del grupo surgió un nítido "querremos hamón, querremos hamón", una letanía in crescendo, entre burlona y gamberra, a la que no pudimos hacer oídos sordos. Trajimos otro jamón, aún a riesgo de poner en peligro la muñeca del especialista.

Ante la devoción con que daban cuenta de un manjar que estaba prohibido exportar, recordaba que unos años antes, en la frontera de Perpiñán, los gendarmes franceses me habían requisado un taco de jamón y unos chorizos y salchichones que eran mi provisión para los bocadillos de una semana en la carísima Francia. Ellos venían a pecar a España, de la misma manera que las españolas de buenas familias iban a abortar a Francia porque en España era pecado.

Y los españoles no podíamos exportar, ni para consumo propio, uno de los manjares más sublimes, a la altura gastronómica de las ostras de Arcade, la trufa blanca de Alba, el caviar iraní o el foie del Perigord.

Y hoy los americanos, después de unos controles quisquillosos que más les valiera dedicaran a las armas de fuego en manos de los particulares, que matan mucha más gente que la triquinosis, han decidido permitir la importación de jamón ibérico. Medio país enfermo de gordura mórbida por una dieta descabellada, y exigen al sublime jamón español más papeles que a un inmigrante subsahariano.

No sé si se merecen que les salvemos, o que dejemos que sus cerebros sigan nadando en colesterol.

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