Fuego amigo

La rosa púrpura de Toledo quiere hablar de laicismo

La internacional obispera no ha dejado descansar el debate. Llevamos tantos días hablando del necesario laicismo en la sociedad civil que el cardenal Primado de España, monseñor Cañizares, ha decidido entrar en el debate, temiendo, como Federico Trillo, que el gobierno esté maquinando no dejar las cosas como están, como están de bien para monseñor, sus palacios, sus trajes de seda púrpura y, por extensión, para toda su Iglesia.

(Inciso: el color púrpura procede de un molusco, un caracol marino que posee una tinta de ese color y que le sirve para defenderse de los depredadores. Era un tinte tan caro que en la antigüedad muy pocos podían permitirse utilizar prendas teñidas con él, por lo que pasó a ser el símbolo del poder y la riqueza de los reyes. Y por extensión, de la riqueza de los príncipes de la Iglesia, pobrecicos míos).

Sobre todo que no le toquen la parte más sensible de su mensaje evangélico: el dinero. Según avanza la Declaración de la Renta, monseñor Cañizares, valedor de los pobres por delegación de aquel Mesías que entraba en Jerusalén a bordo de un burrillo, se va poniendo más nervioso y pierde el rumbo de su predicación. Ha descubierto que hay medios de comunicación que se prestan a la campaña orquestada, según él, para que sólo marquemos la equis de "fines sociales" y no la de la Iglesia, medios "manipuladores de la opinión pública".

Ahí le duele. No sabemos si en la Conferencia Episcopal están también de debate interno como en el Partido Popular, pero el caso es que a todos nos ha dejado descolocados este ataque del primado de España contra su propia empresa, la cadena COPE, su púlpito de odio fraternal, el medio manipulador de la opinión pública por excelencia, mejor dicho, por eminencia, que tanto colabora con su baba mística para que la próxima generación de españoles sea completamente atea, como dios manda. Ándese con cuidado, monseñor, usted que es tan aficionado a los disfraces, porque en cualquier momento le llaman maricón-plejines desde su propia trinchera.

Siempre me llamó la atención que los defensores de la equis para la Iglesia justificaran sus privilegios con el argumento de que el río de dinero que reciben se lo gastan en obras de caridad. Este razonamiento ha cobrado especial fuerza a lo largo del fin de semana, argumentario expandido, sin duda, por el gabinete de imagen del obispero español.

Llegados a este punto, la pregunta se impone: ¿en qué querían gastárselo, si no? ¿Tiene algo de heroico que Cruz Roja, por poner un ejemplo, invierta en Birmania el dinero que ha recaudado estos días para atender las necesidades... de Birmania? ¿Qué tiene de heroico que todas las mañanas los albañiles se suban a los andamios, los jueces emitan sentencias, los médicos alivien las enfermedades de sus pacientes, y los barrenderos barran las calles de la ciudad, si se les paga para eso?

Llevan tantos siglos acumulando riquezas estos vendedores de humo celestial, gastándose los diezmos y primicias en levantar catedrales y palacios, en comprar vestidos purpúreos de travestis sacerdotales para sus ritos, y cálices de oro y pedrería, que les parece una heroicidad destinar a obras de caridad sólo parte del dinero que han recaudado... para obras de caridad.

Es como si tuviésemos que estar agradecidos al gobernador del Banco de España por lo bien que guarda los lingotes de oro, en vez de correrse una juerga a nuestra cuenta en un banco suizo. Ver para creer, en dios, mismamente.

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