Fuego amigo

El calambur o el arte del insulto

El insulto es un arma de doble filo. Cuando es utilizado torpemente suele volverse contra el que lo lanza, como le ocurrió hace unos días a Enrique Múgica. Aunque suele emplearse con la pretensión de definir mejor al insultado, a quien suele definir cabalmente es al insultador. El insulto crudo, traído sin más del diccionario, sin cocinar, suele causar poco efecto, por repetitivo, por soso, por falto de originalidad.

En política el recurso al insulto suele dejar las miserias propias al aire, aparte de encabronar el panorama político innecesariamente... Bueno, innecesariamente a no ser que eso sea lo que se pretende, como ocurrió en la pasada legislatura. Ya una vez os traje aquí la colección de insultos de Rajoy dedicados a Zapatero, y que conviene recordar de vez en cuando: "Bobo solemne, cobarde, irresponsable, inexperto, antojadizo, veleidoso, inconsecuente, acomplejado, tiene de adorno la cabeza, indigno, cobarde, perdedor complacido, hooligan, traidor, taimado, maniobrero, chisgarabís, sectario, falto de criterio, ambiguo, débil e inestable, además de tener sólo categoría para subsecretario, como mucho".

En esa línea filosófica, Pedro Castro, el incontinente alcalde de Getafe, del PSOE, se preguntaba públicamente "por qué todavía hay tanto tonto de los cojones que vota a la derecha" cuando él sabe que no es cierto, que también hay mucho listo de los cojones que vota a la derecha (bueno, no sé si lo estoy arreglando). El caso es que, siguiendo esa tendencia del PP a la sobreactuación, la lideresa Esperanza Aguirre ha contraatacado diciendo que va a pedir la dimisión de Pedro Castro como alcalde de Getafe y como presidente de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP).

Para los que hayáis estado en un balneario estos últimos días, desconectados del mundo, debo aclararos que es la misma Esperanza Aguirre que el día anterior había llamado "bellacos" y "miserables" a los que habían criticado su forma de salir precipitadamente de Bombay. No estoy muy ducho en la materia, pero quizá sea que tonto de los cojones es el grado de general en la escala de los insultos, y lo de bellaco y miserable un sargento y un cabo chusquero.

Todo ello me lleva a pensar que la política necesita urgentemente de un Quevedo capaz de lanzarle a una reina el famoso calambur: "Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja". Su majestad es coja. Y su majestad, aún encima, le regala la mejor de sus sonrisas por simpático. El calambur hecho arte para insultar con ingenio.

Recuerdo que en Madrid hizo fortuna esta campaña institucional de la televisión autonómica en los días aledaños a las elecciones: "Espejo de lo que somos", que un calambur anónimo convirtió en "Espe jode lo que somos". En Madrid sabemos que es verdad, pero al menos nos joden con gracia. Que cunda el ejemplo.

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