Marcha a Bruselas

Cándidos o culpables

ANA CUEVAS

Cuando a los impulsores y participantes de la Marcha se nos califica de cándidos o "primaveras", en el mejor de los casos, están muy lejos poder llegar a ofendernos. En este mundo la inocencia se ha convertido en un concepto peyorativo. En una cualidad dañina para quien la padece puesto que, teóricamente, le deja expuesto a la crueldad de la vida, sin los recursos que se consideran imprescindibles para defenderse de toda la malignidad que nos acecha. Mecanismos como el de la desconfianza en el prójimo o el cinismo endémico, poderosos aislantes contra la solidaridad y la esperanza, que no hacen más felices a quienes los emplean pero les permiten creerse vacunados frente al desengaño.

Pero el desengaño prende con mucha más voluptuosidad que la esperanza. Como la mala hierba, inunda los puestos de trabajo, los hogares y hasta el más insignificante acto de nuestra rutina cotidiana sumergiéndonos en un autismo emocional de carácter voluntario. Desdeñando cualquier atisbo de optimismo como tratamiento preventivo de la tan temida desilusión. Arrojándonos de cabeza a un pozo negro en nuestra frenética huida de la oscuridad.

Con la Huelga General del 29 de septiembre pasa lo mismo. Para explicar su decisión de no sumarse a la convocatoria, la gente te habla de la traición de los sindicatos. De su respuesta tarda y acomplejada ante las agresiones que estamos recibiendo los trabajadores y la sociedad en general. Y tienen razón. Los sindicatos mayoritarios se han desentendido de sus bases para funcionar como empresas subvencionadas por el Estado. Y claro, no se puede esperar mucha fiereza a la hora de desafiar a la mano que les está dando de comer.

Pero no toda la responsabilidad es de los sindicatos. Los ciudadanos tenemos nuestra parte en esta culpa. Quizás, cuarenta años de dictadura actuaron como un potente narcótico cuyo efecto perdura todavía en nuestros días. Lejos de entender cómo debe funcionar un sistema democrático, sin duda a causa de nuestra escasa tradición asamblearia, nos hemos acostumbrado a delegar en unas siglas o en un líder carismático las competencias que son únicamente nuestras.

Como defender nuestros derechos laborales y sociales al margen de las ambigüedades de las organizaciones sindicales. Si nosotros no tenemos claro donde están los límites y estamos dispuestos a entrar en el juego de la competencia entre iguales y en el "sálvese quien pueda". ¿Podemos exigirles a nuestros representantes mayor coherencia que la nuestra? ¿Es lícito no participar en el Huelga General escudados en la decepción? ¿Acaso nos hace mejores que ellos esconder la cabeza bajo tierra y "castigar" su deslealtad renunciando a la oportunidad de dar una respuesta contundente a la reforma laboral y los recortes sociales?

La definición de la candidez o la inocencia es la presunción de la falta de culpabilidad. Nosotros buscamos esa inocencia. No queremos ser culpables del futuro que nos están cocinando los mayores mercaderes del planeta. Por eso elegimos interactuar. No queremos entregarnos, cautivos y desarmados, en manos de quienes pretenden depredar todos nuestros recursos naturales y humanos. De quienes intentan impedirnos que nos desarollemos como mujeres y hombres libres que solo aspiran a vivir y trabajar con algo de dignidad. Si para eso tenemos que aliarnos con las huestes infernales (o acudir a la huelga general junto a CCOO o UGT), pues que así sea. Ya nos llegará el momento de saldar cuentas pendientes. De reconvertir a los sindicatos en aquello que siempre debieron haber sido: la más efectiva baza de la clase trabajadora.

Si no luchamos por nuestros intereses ahora, acabaremos arrepintiéndonos. Y entre todos, escépticos y miserables a partes iguales, terminaremos ofreciendo nuestras desencantadas cabezas en las bandejas de las que se nutre la insaciable Bestia del capital.

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