Modos y Modas

El color de los ojos

EL ANTÍDOTO // MAGDA BANDERA

Como todas las abuelas, la mía recordaba los poemas que recitaba de niña, pero solía olvidar la compra que había planificado dos minutos antes. Poco antes de morir, empezó a delirar y nos helaba la sangre cuando hablaba de niños que aparecían muertos en el río y caballos que galopaban por los montes. Así fue cómo sus nietos tomamos conciencia de que había vivido una guerra de la que nunca quiso hablar.

Cuarenta años callando. Todo lo más, un suspiro hacia adentro.

Por eso, para saber algo de la guerra, he tenido que viajar a lugares que acababan de sufrirla, como Irak o la ex Yugoslavia. Y lo he hecho inconscientemente, sin saber qué perseguía mientras conversaba con jóvenes de mi edad que sólo deseaban divertirse y recuperar lo imposible. A veces, tras unas cervezas, brindaban por los amigos que estaban en el extranjero o algo más lejos.

No hace mucho, uno de ellos me contó que su primo acababa de aparecer en una fosa común. Aquel día todo cambió: Al fin enterraron sus restos y casi todas las preguntas.

Ese día también yo entendí muchas cosas. Entre otras, por qué buena parte de los impulsores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica son nietos de los que renunciaron a desahogarse en su momento, precisamente, para protegerles. No saben nada de la guerra, ni quieren venganza, pero del mismo modo en que se hereda el color de los ojos, a veces se traspasa la pena. Lo dicen los psicólogos, los mismos que no tuvieron nuestros abuelos.

mbandera@publico.es

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