O es pecado... o engorda

Un maniaco en la mesa

Todos recordamos a Sheldon Cooper, el protagonista de "Big Bang Theory". Este gran icono del friki total alcanza –como no podía ser menos- el mundo de la alimentación. Su calendario es implacable. Los lunes come tailandés. Los martes, hamburguesa. Los jueves, pizza. Los viernes, comida china. Cualquier variación es una catástrofe absoluta de consecuencias imprevisibles. Traerle comida por encargo es una tortura, en medio de ese estricto mundo de tiritas de carne que debían ser daditos, queso que debería estar separado del pan o salsa de soja baja en sodio...

cooper No hace falta llegar a esos extremos, pero se de un director general de Sanidad que separa cuidadosamente cualquier elemento de la ensaladilla que tenga color. Es decir, acaba comiendo patatas con mayonesa. Y he compartido mesa muchas veces con alguien tan meticuloso que sólo empieza a comer cuando ha conseguido partir toda la comida en pequeños trozos de igual tamaño. Pone la carne de gallina, parece que uno está cenando con Dexter.

Pero habría que diferenciar entre rituales y manías. Digamos que los primeros pueden aumentar el placer de comer. Los segundos, suelen ser obsesivos y sobre todo irracionales.

Hablemos de los ritos que se crean alrededor de la comida. He visto uno de esos estudios que hacen los americanos, que no se si sirven para mucho pero que resultan, cuando menos, curiosos. Lo publica New York Times.  Se divide en dos partes. En la primera, a un grupo de gente se le da una barrita de chocolate. A unos, se les dice que tienen que partirla en dos y comer, primero una parte, y luego la otra. Al resto, no se les dice nada. Sorprendentemente, los que se veían obligados a hacer algo antes de comer el chocolate valoraban más su sabor y su calidad que los que lo comieron sin más. Un rito inocuo les hacía apreciar más lo que comían.

Por si acaso, hicieron una segunda prueba con algo bastante menos apetitoso: zanahorias. Y con algo un poco más extraño: dar dos golpecitos con los nudillos en la mesa y respirar hondo antes de comérselas. Pasó lo mismo. A los que tenían que montar el numerito les parecieron hasta sabrosas. Los otros, simplemente, se las comieron. El estudio llegó a otra conclusión: el rito tiene que llevarlo a cabo uno mismo. Si tienes que comerte las zanahorias, no vale que el de enfrente haga la tontería de turno. A ti te seguirá sabiendo a zanahoria.

Así que han resuelto que quien abre la botella de vino en la mesa es quien más lo va a acabar apreciando. O que –y esto estamos hartos de verlo en las pelis americanas- el que parte el famoso pavo de Acción de Gracias es el que más lo disfruta. Pero esto me la impresión de que es más una cuestión de poder dentro del ámbito familiar.

Lo de las manías puede ser mas serio. De hecho puede desembocar en trastornos alimentarios. No tanto los más conocidos como anorexia y bulimia, o la ortorexia, esa obsesión por comer sólo comida pretendidamente sana. Sino el llamado síndrome del "comedor selectivo" : se trata de personas que no han comido mas de 5 a 10 tipos de alimentos en los últimos dos años. Es decir, van al super y llenan el carro de tres o cuatro cosas en grandes cantidades. Supongo que este síndrome puede llegar a sufrirlo cualquiera porque se trata de un problema psicológico. Pero viendo a esos niños que no son capaces de comer más que pasta, pizza, hamburguesa y patatas fritas con Ketchup y constatando cómo, de adolescentes, no han aumentado en absoluto su catálogo alimentario, está claro que hay un aspecto de la madurez que también debería pasar por la mesa y la comida y que ellos no han alcanzado. De hecho es un síndrome, como la mayor parte de los trastornos alimentarios, genuinamente juvenil.

Yo, por mi parte, reconozco que a veces me obsesiono por temporadas con una comida. Después de un viaje de verano por Cantabria, me pasé todo el otoño comiendo diariamente anchoas en salazón con graves consecuencias para mi presupuesto, por cierto. Y soy capaz de recorrer kilómetros para encontrar un alimento de una determinada marca. Son manías ocasionales. Y nadie se libra.

En los restaurantes saben mucho de esto. Varios profesionales me han asegurado que la gente cada vez es más maniática, casi siempre en proporción directa a lo caro que es un restaurante. Dicen que los hombres, lo son más que las mujeres. Y los mayores, más que los jóvenes. El más maniático que recuerda uno de estos jefes de cocina: un hombre que pide  sentarse siempre en la misma mesa y en la misma silla y comer exactamente el mismo menú sin ningún tipo de variación. Y no, no es Sheldon Cooper ni el Jack Nicholson de "Mejor imposible".

 

COLIFLOR CON BECHAMEL

Ingredientes:

Una coliflor mediana

Harina y un huevo para rebozar

Leche (1 litro), harina y nuez moscada para la bechamel

Queso para gratinar

Elaboración:

Partimos la coliflor en ramilletes y la cocemos al vapor o con muy poca agua. Tras enfriarla, le quitamos bien el agua aplastándola con las manos. Al rebozarlos en harina y huevo y luego freirlos en aceite bien caliente, quedarán como pastelitos. Reservamos en una fuente que pueda ir al horno.

Para la bechamel, calentamos dos cucharadas de aceite en una sartén y retiramos un poco antes de echar una buena cucharada de harina con copete. Removemos echando leche fría poco a poco. El truco de una buena bechamel es que la harina este muy bien cocida. Salpimentamos y añadimos una puntita de nuez moscada  Vamos consiguiendo la textura que queremos, más bien líquida, con la cantidad de leche.

La ponemos por encima de los pastelitos de coliflor y terminamos con una buena cantidad de queso para gratinar en un horno unos cinco minutos a fuego alto.

Os preguntareis que tendrá que ver esto con el tema. Pues sí, se trata de una manía familiar. Como comprobareis, esta receta de coliflor tiene un aspecto muy apetitoso y hasta elegante en la mesa. Pero mi padre no es capaz de comerlo si antes, en el plato, no lo ha destrozado de forma que parezca un puré, para horror de la cocinera.

Más Noticias